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física nuclear. Una materia que terminó por reclamar su atención
de un modo tan trágico como inesperado.
«Tengo poca influencia, me consideran una especie de fósil
al que los años han vuelto sordo y ciego.»
- EINSTEIN EN UNA CARTA A MAX BORN.
A mediados de julio de 1939, dos físicos húngaros, Leo
Szilard (1898-1964) y Eugene Wigner (1902-1995), se acercaron
a visitar a Einstein, que veraneaba en N assau Point, a un tiro de
piedra de la bahía de Peconic. Szilard era un antiguo colabora-
dor suyo, con el que había trabajado durante años intentando
desarrollar un modelo comercial de nevera. La conversación,
sin embargo, discurrió por otros derroteros. Giró en torno a las
consecuencias de bombardear uno de los isótopos menos abun-
dantes del uranio (2 U) con neutrones. Una fisión típica origina
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w1 par de elementos más ligeros, como el kriptón y el bario, y
una pedrea de dos o tres neutrones, que se pueden aprovechar
para proseguir el bombardeo. De hacerlo, los proyectiles atómi-
cos se multiplican al alcanzar cada diana, arrasando los núcleos
de uranio y desatando una reacción en cadena, capaz de liberar
cantidades asombrosas de energía. Esta se podía destinar a fines
muy diversos, pero Szilard y Wigner sospechaban que Hitler solo
sabría sacar partido de los peores. Como científicos, mostraban
escasa fe en las casualidades: uno de los principales yacimientos
de uranio radicaba en Checoslovaquia, que había sido invadida en
marzo por el expansionista Tercer Reich.
Muchos consideran la expresión E = mc como la semilla que
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hizo germinar la bomba atómica. Sin embargo, al escuchar las
explicaciones de Szilard, Einstein exclamó: «¡En eso no había
pensado en absoluto!». Una cosa era descubrir en la materia una
reserva extremadamente concentrada de energía, y otra, muy dis-
tinta, el mecanismo para liberarla. La conversión entre masa y
energía se da sin cesar en la naturaleza y, a pesar del papel que
juega en la fisión nuclear, esta no constituye su consecuencia más
EL EXILIO INTERIOR 159