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Einstein había venido barajando sin descanso los motivos
para quedarse en Alemania o marcharse, debatiéndose en una
dualidad tan esquizofrénica como la que confundía las ondas y las
partículas. En el verano de 1932 cobró conciencia de que el país
se hallaba a las puertas de una «inminente revolución nacionalso-
cialista», y los sucesos del otoño y del invierno, que terminaron
aupando a Hitler a la cancillería, no hicieron sino confirmar sus
temores. Al abandonar su residencia campestre de Caputh, a las
afueras de Berlín, le recomendó a Elsa que se despidiera de ella
con un último vistazo: «Nunca la verás de nuevo».
Para entonces su prestigio y su vida nómada lo habían con-
vertido en ciudadano del mundo. El 10 de diciembre de 1932, el
vapor Oakland soltó amarras en Bremerhaven y partió rumbo a
Estados Unidos, llevándolo lejos de Prusia y del nacionalismo ale-
mán. Al mes siguiente, el Reichstag estallaba en llamas. Era un
anticipo de las hogueras que vendrían para alumbrar el delirio
nacionalsocialista.
LAS ESCALAS DEL MUNDO 153