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pero dejaremos a un lado esta clase de disquisiciones, puesto que
                     solo pretendemos hacernos una idea intuitiva del proceso.
                        A escala atómica, los proyectiles que antes nos parecían dimi-
                     nutos adquieren la misma envergadura y constitución que aquello
                     que pretendíamos estudiar con ellos. Si probamos a lanzar fotones
                     de baja energía y longitud de onda larga para localizar un electrón,
                    por ejemplo, estaremos arrojando balones de playa del tamaño de
                     la estatua. Para ganar precisión, no queda más remedio que aumen-
                    tar la energía del fotón, lo que supone endurecer los proyectiles.
                    Justo cuando comenzamos a perfilar los primeros detalles, las pe-
                    lotas adquieren la dureza suficiente para romper la estatua. Su des-
                    viación ya no es fruto de un rebote elástico, que proporciona datos
                    sobre el relieve, sino del proceso de fragmentación de la figura.
                    Nuestro empeño en observar altera por completo el fenómeno.
                        El límite en la nitidez resulta inherente al procedimiento, por-
                    que utilizamos ondas y partículas como sondas para estudiar ondas
                    y partículas, y unas repercuten en otras. Para empeorar la situa-
                    ción, ni siquiera está clara la frontera que las separa, puesto que
                    una partícula puede comportarse como una onda y viceversa. Sea
                    cual sea la naturaleza de las entidades cuánticas, no se pueden
                    despachar con la sencilla etiqueta de «onda» o «partícula», puesto
                    que adoptan una u otra encarnación según las circunstancias.
                        Con las leyes clásicas en la mano, si tenemos un electrón y
                    conocemos en un instante dado su posición y su velocidad (un
                    vector que señala hacia dónde se desplazará a continuación), po-
                    demos dibujar su trayectoria. Heisenberg defendía que había que
                    abandonar esta pretensión en el ámbito atómico:

                        La respuesta más evidente a la cuestión de cómo se puede observar
                        la órbita de un electrón en su recorrido dentro del átomo quizá sea
                        emplear un microscopio con un extremado poder de resolución. Pero
                        como la muestra en este microscopio se tendría que iluminar con luz
                        de una longitud de onda extremadamente corta, el primer cuanto de
                        luz de la fuente luminosa que alcanzara al electrón y que penetrara
                        en el ojo del observador arrojaría al electrón completamente fuera
                        de su órbita [ ... ). Por tanto, solo un punto de la trayectoria se podría
                        observar experimentalmente cada vez.






         148        LAS ESCALAS DEL MUNDO
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