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construcción de la relatividad especial. Einstein había rechazado
                     cualquier concepto que no se correspondiera con fenómenos ob-
                     servables, por intuitivos que resultaran a primera vista, como en el
                     caso de  la simultaneidad.  Heisenberg decidió  asumir este pro-
                     grama hasta sus últimas consecuencias. Uno podía contemplar
                     espectros atómicos, de acuerdo, pero ¿alguien había sorprendido
                     alguna vez a un electrón en pleno salto de una órbita a otra? Las
                     trayectorias de Bohr, con un radio y un período determinados, no
                     eran observables, luego carecían de sentido. Su ímpetu destructor
                     ( «Invierto todas mis energías en aniquilar la noción de órbita»)
                     echó los cimientos donde se apoyaría la nueva teoría: el principio
                     de incertidumbre. Para Heisenberg, los fenómenos naturales a es-
                     cala atómica «solo se pueden comprender dejando de lado, en la
                     medida de lo posible, cualquier descripción visual». Tras descartar
                     las imágenes, trató de armar una estructura lógica cuyos únicos
                     ladrillos fueran magnitudes medibles en un laboratorio.
                         Para analizar la materia no queda más remedio que interactuar
                     con ella. La pregunta que nos plantea el mundo cuántico es hasta
                     qué punto esta intervención afecta al fenómeno que pretendíamos
                     observar, si el mismo acto de la medida no lo modifica, desvirtuando
                     la infonriación que habíamos creído extraer. Planteando un símil,
                     para formamos una idea del reijeve de una estatua podemos dispa-
                     rar balas de goma, que reboten perfectamente contra distintos pun-
                     tos de su superficie, para después analizar en qué direcciones se
                     desvían. De entrada, los proyectiles que no lo hagan proporcionan
                     una buena estimación del volun1en de la estatua. Si utilizamos ba-
                     lones de playa, solo seremos capaces de inferir una representación
                     muy cruda. Decidiremos, a lo sumo, si la figura estaba de pie o
                     sentada, o si tenía un brazo extendido. A medida que vayamos re-
                     duciendo el tamaño de los proyectiles, ganaremos en detalle. Aquí
                     resulta crítica la relación entre la curvatura de las pelotitas que
                     lanzamos y la de los detalles que deseamos aprehender.
                         Los fotones de la luz visible son mucho más pequeños que los
                     objetos que percibin10s, y son blandos, apenas alteran la disposi-
                     ción global de la materia mientras interactúan con ella No conviene
                     tomar el símil al pie de la letra, porque la luz no rebota. Los fotones
                     que inciden sobre un objeto no son los mismos que nos llegan de él,





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