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<lían presumir de dar cuenta, según Paul Dirac,. «de gran parte de
la física y toda la química».
Si hubiera que señalar una fijación en Einstein, un fetiche cien-
tífico, se podría apostar por la luz. Fue la que alimentó su p1imer
fogonazo de inspiración, la persecución de un rayo luminoso. La
confirmación de su deriva ante la masa del Sol le grartjeó su estatus
de mito viviente. Lejos de dar el tema por agotado, Einstein también
se aventuró en el lado más oscuro, cuántico, de la luz. Podemos
decir que esta alumbró, a través de él, las dos grandes construccio-
nes de la física del siglo xx: la relatividad y la mecánica cuántica.
«Debo de parecer una especie de avestruz, que entierra
siempre la cabeza en la arena relativista para no enfrentarme
a los malvados cuantos.»
- EINSTEIN, EN UNA CARTA AL FISICO Loms DE BROGLIE.
Todo comenzó cuando Max: Planck postuló que la materia
emitía y absorbía la radiación electromagnética en forma de pa-
quetes discretos (cuantos) de energía. El intercambio energético
no funcionaba como el reparto de una tarta que se podía cortar en
porciones arbitrariamente finas. La naturaleza imponía un límite,
a partir del cual no era posible transferir cantidades más peque-
ñas. Einstein llevó un paso más lejos esta hipótesis y propuso que
era la propia radiación la que, incluso cuando se propagaba libre-
mente a través del espacio, lejos de los cuerpos, lo hacía en forma
de «un número finito de cuantos de energía».
Einstein se sentía incómodo ante la continuidad del campo
electromagnético de Maxwell y la naturaleza discreta, puntual, de
lqs componentes de la materia, ya fueran átomos o moléculas. Lo
uniforme y suave frente a lo abrupto y entrecortado; eran piezas
que no encajaban. Propuso que al aplicar una lupa cuántica a las
ondas electromagnéticas, se fragmentarían en infinidad de peque-
ñas unidades, como una fotografía se rompe en un millar de píxe-
les cuando el ojo se aproxima a la pantalla del ordenador.
Durante mucho tiempo, el establishment de la ciencia ignoró
con tacto esta hipótesis. En la carta que dirigieron en 1913 Nernst
LAS ESCALAS DEL MUNDO 141