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Refiriéndose al artículo original de Bohr, el físico Alan Light-
man apunta cómo la borrosidad cuántica se infiltraba ya en el len-
guaje de los científicos:
Llama poderosamente la atención que Bohr describa a los electrones
«pasando» de una órbita a otra, a pesar de que no pueda aportar
ninguna imagen física de lo que significa este verbo. Su interpreta-
ción sugiere que el electrón no puede ocupar el espacio entre órbitas
de ningún modo conocido. De lo contrario, radiaría energía conti-
nuamente. De algún modo, el electrón puede empezar en un nivel de
energía, que corresponde a una órbita, y de pronto reaparecer en
otra órbita con otro nivel de energía. Acabo de emplear el término
«reaparecer». Bohr utiliza la palabra «pasar». Algunos científicos
usan «saltar». Pero, en realidad, carecemos del vocabulario apropia-
do para describir un fenómeno semejante, puesto que todo nuestro
vocabulario procede de la experiencia humana del mundo.
El modelo de Bohr se ajustaba como un guante al átomo más
sencillo, el hidrógeno. A medida que incorporaba más electrones,
sin embargo, y a pesar de que seguía arrojando luz sobre la esta-
bilidad y el comportamiento químico de los elementos, se hacía
patente que no era el final del camino, sino una estación de paso.
Bohr había puesto encima de la mesa una imagen clara del
átomo, pero dejaba demasiadas preguntas sin responder. Por
ejemplo, los fotones se emitían con una dirección y en un mo-
mento precisos. ¿Qué determinaba ambos? ¿Por qué al circular
por las órbitas permitidas el electrón no radiaba energía y sí lo
hacía cuando saltaba? El modelo era un híbrido de física nueva y
tradicional. Werner Heisenberg (1901-1976) llegó a la conclusión
de que lo que tenía de bueno era lo que tenía de extraño, y que su
único lastre era lo que todavía tenía de clásico. Para progresar
debía volverse más extraño aún.
La subversiva visión de Heisenberg se fraguó como culmina-
ción de un proceso febril. En pleno verano de 1925 se había refu-
giado en la isla de Heligoland, en el mar del Norte, víctima de un
severo ataque de alergia. A falta de antihistamínicos, que entonces
no se habían inventado, combatía la rinitis reflexionando sobre la
144 LAS ESCALAS DEL MUNDO