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gravitatoria se limitaba a frenar la expansión. «Mientras discutía
                     problemas de cosmología con Einstein -contaba George Gamow
                     en su autobiografía- me comentó que la introducción del tér-
                     mino cosmológico había supuesto el mayor error de su vida.» Sin
                     embargo, como en una película de terror, la constante cosmoló-
                     gica sorprendió a los astrónomos con un regreso vindicativo. A
                     finales de la década de los noventa se constató que en realidad la
                     expansión del universo se está acelerando, planteando un órdago
                     a los físicos teóricos todavía sin resolver.





                     EL LADO OSCURO DE LA LUZ

                     Durante los felices años veinte, al tiempo que se convertía en un
                     asiduo practicante de su nueva teoría de la gravitación, Einstein
                     se implicó a fondo en el debate abierto en torno a la mecánica
                     cuántica. A diferencia <,ie  la relatividad, esta teoría fue fruto del
                     esfuerzo colectivo de decenas de físicos, así que no apreciamos en
                     su fundación la misma coherencia. Su propia naturaleza parecía
                     desafiar cualquier imagi!)-ación formada en la física clásica, hasta
                     el punto de que una manera de interpretarla resultaba tan valiosa,
                     o más, que un resultado experimental.
                         Muchos de sus artífices acuñaron alguna sentencia ingeniosa
                     con la que desahogar su desconcierto. Para Niels Bohr: «Aquellos
                     que no queden conmocionados al conocer por primera vez la me-
                     cánica cuántica es imposible que la hayan entendido». Por su par-
                     te, Schrodinger parecía avergonzarse de su contribución: «No me
                     gusta y lamento haber tenido algo que ver con ella». Einstein, par-
                     ticularmente dotado para los aforismos, le dedicó suficientes para
                     componer un libro. La mayoría no muy halagüeños: «Cuantos más
                     éxitos obtiene la teoría cuántica, más ridícula parece».
                         Si logró imponerse a los detractores, a cuyas filas se suma-
                     ban incluso alguno de sus pioneros, fue  haciendo gala de una
                     eficacia implacable, por su capacidad de organizar lógicamente
                     los nuevos descubrimientos y de realizar predicciones experi-
                    mentales con un grado de precisión inusitado. Pocas teorías po-





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