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pisadas en la nieve. Aunque no se cuenta con ninguna evidencia
                      directa de su existencia, los telescopios detectan perturbaciones
                      gravitatorias en la danza de las estrellas y galaxias que respon-
                      den admirablemente a su teórica influencia.  Resulta irónica la
                      suspicacia de Einstein ante los agujeros negros, ya que,  como
                      apuntaba Freeman Dyson:  «Son los únicos lugares del universo
                      donde la teoría de la relatividad se manifiesta en toda su potencia
                      y esplendor».
                          El desplazamiento del perihelio de Mercurio o los agujeros
                      negros exponían ángulos sugerentes del cosmos relativista, pero
                      no dejaban de fijar la atención en detalles. Como las ecuaciones
                      de campo se podían aplicar a cualquier juego de masas, resultaba
                      tentador embutir en el término T  toda la materia y energía del
                                                     µv
                      universo y ver qué pasaba. De nuevo, Einstein fue el primero en
                      cometer el atrevimiento, cortando la cinta que inauguró la cos-
                      mología moderna. Se enfrentaba a un escenario tan desmesurado
                      que tuvo que abordar la tarea partiendo de aproximaciones. De
                      entrada, a la hora de contemplar la masa del universo, entornó
                      los ojos y supuso una distribución continua de materia. Asumió,
                      además, que cualquier punto o dirección del universo era básica-
                      mente equivalente a los demás ( condiciones de homogeneidad e
                      isotropía).
                          En 1917, cuando construyó su modelo, la imagen que se tenía
                      del cosmos se reducía a una instantánea estática de la Vía Láctea.
                      Una colosal isla de estrellas varada en el vacío. Al introducirla en
                      la ecuación de campo, sin embargo, la foto salía movida. Las ma-
                      sas no tardaban en abandonar sus posiciones fijas, impulsadas por
                      sus mutuas atracciones gravitatorias, que las acercaban unas a
                      otras. Para remediar el colapso que se desencadenaba, Einstein
                      calzó un nuevo término en la ecuación de campo: la constante cos-
                      mológica, que interpretaba el papel de una fuerza repulsiva a es-
                      cala cósmica.
                          El sentido físico de este apaño matemático se antojaba oscu-
                      ro, ya que su único propósito era garantizar ad hoc un universo
                      estático. Por lo demás, el modelo exhibía la factura revolucionaria
                      de Einstein. Cogió el universo liso de Newton, lo retorció y lo ce-
                      rró sobre sí mismo, transformándolo en la superficie de una hipe-





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