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más despacio que para otro átomo del mismo elemento en la Tie-
ffa ( desde el punto de vista de un observador ubicado en nuestro
planeta). Por tanto, sus escalas de tiempo no coinciden (figura 1).
Esta diferencia afecta a nuestra percepción de la radiación
estelar. Aunque para cada sistema de referencia (la vecindad de la
estrella y la Tieffa), átomos iguales generan, a la misma tempera-
tura, espectros idénticos, para los astrónomos teffestres las ondas
emitidas cerca de la estrella se registran con períodos (T) más
largos (figura 2).
El período es, precisamente, la inversa de la frecuencia
(T= 1/v). A medida que crece T, disminuye v, lo que quiere decir
que las ondas que componen la huella del elemento se reciben
con una frecuencia más corta. Dentro del espectro visible, la luz
de menor frecuencia es la roja. Por extensión, se dice que la
distorsión gravitatoria de la masa estelar desplaza la radiación
hacia el rojo. ·
Este efecto se acentúa con la intensidad del campo gravitato-
rio. Cuanto más compacta y masiva sea la estrella, más pronun-
ciado será el desplazamiento hacia el rojo, una señal de que el
tiempo transcurre más despacio en su proximidad. Llevando la si-
tuación al extremo encontramos que, para una densidad crítica, el
tiempo acaba por detenerse y el desplazamiento al rojo se dispara
exponencialmente, hasta anular el espectro. Schwarzschild juz-
gaba este límite como una ilusión matemática sin coffespondencia
con la realidad. Sin saberlo, estaba describiendo por primera vez
una singularidad astronómica que cautivaría la imaginación de los
físicos (y de los aficionados a la ciencia ficción): un agajero negro.
El término lo acuñaría J ohn Wheeler medio siglo después, durante
una conferencia en el Instituto Goddard de Estudios Espaciales de
la NASA, en el otoño de 1967.
Einstein se mostró entusiasmado ante el trabajo de Schwarzs-
child, pero la deslun1brante incursión del astrónomo en la relati-
vidad general fue una estrella fugaz que consumió la gueffa. Una
enfermedad autoinmune de la piel arrancó a Schwarzschild de las
trincheras y lo devolvió a Potsdam, para acabar con su vida cerca
del observatorio que había dirigido antes de alistarse como volun-
tario en el ejército.
LAS ESCALAS DEL MUNDO 135