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Después de sopesar la cuestión, Einstein concluyó que  «las
                     singularidades de Schwarzschild no existen en la realidad física».
                     Sus objeciones, sin embargo, contenían lagunas. En la conferencia
                     donde bautizó los agujeros negros, Wheeler no solo aceptaba su
                     viabilidad, sino que también hizo una descripción vívida y plausi-
                     ble de su traumático nacimiento. Cuando el combustible nuclear
                     de una estrella se agota, se enfrenta a una encrucijada. Su suerte
                     depende entonces de una serie de variables, entre ellas su masa
                     inicial. Puede ocurrir que su menguada energía radiante no baste
                     ya para sostener su propia masa y esta se le venga encima, provo-
                     cando una drástica contracción.

                         [ ... ] a causa de su implosión cada vez más rápida, [la superficie de
                         la estrella que colapsa] se aleja del observador más y más deprisa.
                         La luz se desplaza hacia el rojo. Se vuelve más débil milisegundo a
                         milisegundo y, en menos de un segundo, demasiado oscura para que
                         podamos percibirla ...  [La estrella], como el gato de Cheshire, desa-
                         parece de la vista. Uno deja detrás solo su sonrisa, la otra, su atrac-
                         ción gravitatoria.

                         En el capítulo anterior vimos cómo el grado de curvatura en
                     una región del espacio-tiempo refleja su contenido de materia. La
                     densidad de un agujero negro equivale a apretar la masa del Sol
                     dentro de un espacio la mitad de grande que la isla de Manhattan.
                     Semejante concentración fuerza el tejido espaciotemporal hasta
                     límites que Schwarzschild y Einstein solo se atrevían a considerar
                     dentro del margen de sus cuadernos de ecuaciones. Sin embargo,
                     el universo ha resultado ser un lugar bastante más extremo que lo
                     que se permitían soñar los patriarcas de la relatividad. En la proxi-
                     midad de un agujero negro se multiplica el frenazo temporal que
                     ya se apreciaba cerca de la superficie de una estrella. En otras
                     palabras, si uno se aproxima a su horizonte con cautela entra en
                     una película a cámara lenta y, al alejarse, puede verse proyectado
                     miles de años en el futuro.
                         Los agujeros negros no dejan la huella de ningún espectro y,
                    por eso, parn localizarlos hay que aplicar la misma estrategia que
                    para cazar al hombre invisible: bajar la mirada para descubrir sus





         136         LAS ESCALAS DEL MUNDO
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