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De  entrada, pocos encargados de evaluar su trabajo estaban en
         condiciones de hacerlo. También intervino la inquina personal de
         algún asesor del comité, como el Nobel de Física de 1905, Philipp
         Lenard,  que  consideraba la teoría de la relatividad como «un
         fraude judío», aunque en sus informes disfrazara los prejuicios
         raciales bajo argumentos menos burdos. Por último, gran parte
         de los físicos  que  orientaban entonces a  la Real Academia de
         Ciencias de Suecia, o se contaban entre sus miembros, eran cien-
         tíficos experimentales, poco aficionados a la sofisticación espe-
         culativa.  Einstein no  fue  el  único teórico  al que  la Academia
         mantuvo años en cuarentena antes de asegurarse de que no metía
         la pata. Procedió con cautela parecida en los casos de Planck y
         deBom.


                                «Una fe insensata en la autoridad es el peor
                                                      enemigo de la verdad.»
                                               -  EINSTEIN,  EN  UNA  CARTA A  JOST WINTELER,


             Después de la apoteosis del eclipse de 1919, más quedaba en
         entredicho el prestigio del Nobel que el de Einstein. Al final,  los
         suecos hicieron gala de su proverbial diplomacia y cedieron en el
         premio, pero no ante la relatividad. Einstein sería reconocido por
         descubrir una ley, la del efecto fotoeléctrico, no por pergeñar teo-
         rías. El secretario de la Real Academia casi redactó una cláusula
         de exención de responsabilidades, precisando que entre sus mé-
         ritos no se había contemplado la posibilidad de que la relatividad
         se confirmase.
             Cuando le anunciaron la concesión del premio, Einstein ya
         tenía comprometido un viaje a Japón y no se molestó en cance-
         larlo. No pisó Estocolmo hastajulio del año siguiente.
             Mientras Planck, Bom o Heisenberg fundaban la mecánica
         cuántica, muchos de sus compatriotas se afanaban en otro expe-
         rimento, en este caso político y a gran escala. Podríamos consa-
         grar un capítulo al hostigamiento que sufrió Einstein en la atmós-
         fera nazi que fue enrareciendo progresivamente la República de
         W eimar hasta asfixiarla. Teniendo en cuenta que era judío, detes-






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