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los dados»), lo que a veces arrancaba a Bohr de su afable mutismo
(«¡No estés diciendo todo el rato a Dios lo que tiene que hacer!»).
Una cuestión sustancial consistía en decidir hasta qué punto
la condición estadística del mundo cuántico era fruto de la falta
de información o formaba parte de su naturaleza. El punto de
vista determinista de Newton señalaba que si conociéramos lapo-
sición y velocidad de todas las partículas del universo, este se
comportaría como un mecanismo de relojeria cuyo destino sabria-
mos establecer con precisión absoluta. Sin embargo, en la prác-
tica resulta imposible manejar un volumen de información de ese
calibre. Algo parecido ocurre al estudiar sistemas extremadamen-
te complejos, como el clima, donde recurrimos a una descripción
estadística. Aquí la incertidumbre no brota del corazón de los fe-
nómenos, sino de nuestra incapacidad para procesarlos a un nivel
determinista.
Para Einstein, la descripción cuántica resultaba incompleta
en ese sentido. Según el criterio de Bohr, no existía un nivel más
profundo de realidad donde recuperar el determinismo. Solo el
acto de medir, la elección de una magnitud observable -una de-
cisión que condiciona el diseño del experimento- deshace la
incertidumbre y concreta un aspecto: la posición, pero no el mo-
mento; el tiempo, pero no la energía. En gran medida, el desean-
. cierto ante el mundo cuántico surge al tratar de rellenar los in-
tersticios que deja la experimentación en escalas atómicas con el
sentido común que importamos del mundo macroscópico. Con
Bohr, Heisenberg y Bom, la descripción de la realidad podía re-
sultar desconcertante, pero por fin se había vuelto lógicamente
coherente.
EL EXILIO DE DOS MUNDOS
En vista de que las paradojas cuánticas tomaban la física al asalto,
era inevitable que Einstein recibiera el premio Nobel no por la
teoria de la relatividad, sino por su explicación del efecto fo-
toeléctrico. Su candidatura se rechazó hasta en ocho ocasiones.
150 LAS ESCALAS DEL MUNDO