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La relatividad reina en el dominio de las estrellas y galaxias,
                      y la mecánica cuántica, entre átomos y quarks. Es presumible que
                      el punto donde se solapen sus jurisdicciones, desplegando todo
                      un rosario de fenómenos exóticos, corresponda a la llamada «lon-
                      gitud de Planck», en torno a los 10- m. Se trata de una distancia
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                      tan pequeña que casi resulta inconcebible más allá de los núme-
                      ros. Equivale al salto de escala entre el radio del universo obser-
                      vable y el diámetro de una hélice de ADN. Para escudriñar lo que
                                                                             16
                      ocurra en esas latitudes se precisan energías del orden de 10 Te V
                      (unos 500 kWh). En el Gran Colisionador de Hadrones del CERN,
                      en Ginebra,  el mayor acelerador de  partículas del  mundo,  se
                      ponen en juego energías de hasta 7 Te V.  Quizá en la escala de






                 EN LA ONDA
                 En 1918,  para abstraerse de los tormentos estomacales que lo mantenían
                 postrado en  la  cama,  Einstein  se  entretuvo con  una  idea que ya  habían
                 tanteado Lorentz y Poincaré: la existencia de ondas gravitatorias. Una per-
                 turbación en un punto de un campo electromagnético se comunica al res-
                 to en forma de ondas electromagnéticas. ¿sucedería lo mismo con  la  de-
                 formación geométrica de una región del espacio-tiempo (un cambio en su
                 distribución de masas)? Las ondas gravitacionales, de existir, apenas inte-
                 ractuarían con la  materia. A  diferencia de la  luz, que establece su  diálogo
                 con las cargas eléctricas, estas afectarían a las masas. En  palabras del físi-
                 co suizo Daniel Sigg, sus efectos observables no son pequeños «porque la
                 energía que se radia sea pequeña -al contrario, es enorme- sino más bien
                 porque el espacio-tiempo es un medio rígido». La radiación electromagné-
                 tica se propaga a través del espacio, pero en el  caso de las ondas gravita-
                 cionales sería el  propio tejido del espacio-tiempo quien vibrase. Se piensa
                que la disminución progresiva del período de rotación de dos estrellas de
                 neutrones, que giran una en torno a  la  otra en  la constelación del Águila,
                 podría constituir una evidencia indirecta de su  existencia. Si  la  torsión que
                 imponen al  tejido espaciotemporal se propaga en forma de ondas gravita-
                cionales, todavía no podemos medirlas. Sin embargo, su emisión acarrearía
                una pérdida de energía que las  iría acercando, precipitándolas en una es-
                piral. La evolución del sistema que predice la  teoría, basándose en la hipó-
                tesis ondulatoria, concuerda bastante bien con  las  observaciones de los
                astrónomos.








           166        EL EXILIO INTERIOR
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