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EUCLIDES, EXPOLIADO
               Napoleón Bonaparte gustaba de acaparar toda clase de tesoros y llevarlos a
               París para enriquecer los museos franceses. Dos ejemplos de ello son la piedra
               Rosetta y  los cuatro caballos de San  Marcos de Venecia, que durante unos
               años remataron el arco de triunfo parisino. Cuando invadió Italia, Napoleón se
               llevó a París un manuscrito de los Elementos depositado en la  Biblioteca del
               Vaticano. Poco después, en 1804, el  parisino Franc;:ois  Peyrard  publicó los
               Éléments de géométrie d'Euc/ide, una edición del manuscrito anterior. Peyrard
               se dio cuenta de que el texto no estaba, como la mayoría, basado en Teón de
               Alejandría, sino en una fuente todavía más antigua, lo que apunta a un mejor
               ajuste al  original de Euclides. El  manuscrito regresó nuevamente a la  Biblio-
               teca del Vaticano.




                     1572, la de Federico Commandino, la más rigurosa de las versio-
                    nes latinas y base de destacadas ediciones posteriores como la de
                     Gregory. En 1533 se había impreso la considerada editio princeps
                     ( es decir, de referencia) en su versión griega, obra de Simon Gray-
                    neaeus. La última edición que recoge la tabla anterior es la prin-
                    ceps correspondiente a la versión latina, de Johan Ludvig Heiberg,
                    realizada entre 1883 y 1888, que contiene la totalidad de la obra de
                    Euclides en ocho volúmenes y un suplemento, tanto la propia del
                    autor como la que se le atribuye según se ha tratado en el primer
                    capítulo. A partir de esta edición queda consolidada la obra y las
                    versiones posteriores se dedican como mucho a completarla.
                        De la decena de ediciones destacadas de los Elementos hasta
                    la princeps de Heiberg las hay tan curiosas como las del jesuita y
                    director del Colegio Romano,  Cristopher Clavius, que a las 468
                    proposiciones euclídeas añadió 671  de propio cuño. Esta sería la
                    versión que el también jesuita Matteo Ricci se llevó a la China y
                    la que fue traducida a este idioma.
                        Baste lo expuesto como tributo a la importancia de este su-
                    blime texto científico. Con las diferencias lógicas debidas a la dis-
                    tinta naturaleza de los  contenidos,  solo las obras de Homero,
                    Sófocles, Platón o Aristóteles rayan a una altura parecida de entre
                    las que conforman el legado escrito de la cultura griega.






         160        LA TRANSMISIÓN DE  LOS «ELEMENTOS»
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