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su famoso A Treatise on Electricity and M agnetism. La literatura
estuvo entre sus entretenimientos, leyendo en voz alta para su
mujer las obras de Chaucer, Milton y Shakespeare, al igual que
una gran cantidad de tratados teológicos y filosóficos que le ayu-
daban a fortalecer su fe.
En el verano 1867, los Maxwell prepararon las maletas para
hacer un largo viaje por Italia. Una gran aventura que no empezó
como habían previsto: a su llegada a Marsella, el barco fue puesto
en cuarentena y James dedicó sus esfuerzos a repartir el agua
entre los pasajeros y a animar a quien lo necesitara. Ya en Flo-
rencia se encontraron con su amigo Lewis Campbell, que era un
entusiasta de la música y la arquitectura italianas. James no les
profesaba tanta reverencia: a la orquesta vaticana la bautizó como
«la banda del Papa». Eso sí, aprendió suficiente italiano como para
poder discutir cuestiones científicas con un colega de Pisa.
En Glenlair transcurrían sus vidas, pero no se encerraban en
ella: solían acudir a las citas que la British Association far the Ad-
vancement of Science convocaba en diferentes lugares del país,
pasaban bastantes semanas en Londres y hacían su visita anual a
Cambridge: la universidad le había pedido que fuera moderador
y luego examinador del Mathematical Tripas. En 1868, su mentor
Forbes dejaba vacante su plaza de rector de la Universidad St. An-
drews, la más antigua de Escocia, y le invitaron a que la solicitara;
Maxwell declinó la oferta para ocupar un puesto para el que creía
que no estaba preparado: «lo mío es el trabajo no el gobierno».
Curiosamente, esa misma universidad había rechazado para la
plaza de profesor de Filosofía Natural a James P. Joule, el físico
que demostró la equivalencia entre trabajo y calor. Ajuicio de un
miembro del tribunal, la pequeña deformidad espinal que sufría lo
inhabilitaba para el puesto.
En 1871, la Universidad de Cambridge escribió a Maxwell
ofreciéndole una plaza de física experimental. El duque de De-
vonshire había donado una gran suma de dinero para la construc-
ción de un laboratorio de investigación, y si aceptaba tendría la
obligación de ponerlo en funcionamiento.
El consejo rector de Cambridge era consciente de la impor-
tancia de contratar a un excelente científico experimental. La
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