Page 161 - 25 Maxwell
P. 161

elección primera y más obvia había sido William Thomson,  el
        científico más renombrado de entonces. Sin embargo, él no quería
        abandonar su amada Universidad de Glasgow, donde a lo largo de
        varios años había ido creando un excelente centro de investiga-
        ción que comenzó como un sencillo laboratorio en una antigua bo-
        dega. Entre 1870 y 1872, el Tesoro Público concedió 120000 libras
        para la construcción de una nueva universidad en Glasgow, donde
        el laboratorio de física de Thomson ocupaba un lugar honorífico:


            Las grandes ventajas que tengo aquí, en la nueva facultad, dado que
            cuento con los aparatos y los ayudantes idóneos, así como la gran
            comodidad de Glasgow para llevar a cabo trabajos mecánicos, con-
            siste en que me ofrece medios que no tendría en ningún otro lugar.

            El siguiente en la lista del consejo era el alemán Hermann von
        Helmholtz. Thomson le escribió cantando las excelencias del fu-
        turo centro, pero le habían ofrecido un excelente puesto en Berlín
        y tan1poco aceptó. Maxwell era el tercero en la lista. Seguramente
        le  veían  como un científico  brillante,  aunque  algo  excéntrico:
        debía serlo para poder formular semejante teoría electromagné-
        tica.  Sabían que era un hábil experimentador y había hecho de-
        mostraciones con los alumnos, pero no tenía experiencia directa a
        la hora de dirigir un laboratorio de investigación. James dudó du-
        rante un tiempo y al final aceptó. Ahora bien, si después de un año
        veía que no podía con el trabajo, lo dejaría. En marzo de 1871 fue
        confirmado oficialmente en su puesto y,  una vez más, empaquetó
        sus cosas. Esta vez para regresar a su Cambridge de juventud.





        LA  INUTILIDAD DE LOS LABORATORIOS

        La creación de un centro dedicado a la ·experimentación en la muy
        ilustre ciudad de Cambridge tuvo que sortear la oposición feroz de
        la élite intelectual de la universidad. Entre ellos se encontraban un
        antiguo vicerrector, Edward Perowne, y un importante matemá-
        tico, Isaac Todhunter, que consideraban que «la presencia moral





                                                          EL CAVENDISH       161
   156   157   158   159   160   161   162   163   164   165   166