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A mediados del siglo XVII, un joven científico inglés quiso averiguar
        por qué vemos las hojas de los árboles verdes, el cielo azul y el al-
        godón blanco. Para ello, miraba directamente al Sol hasta que los
        colores cambiaban ante sus ojos. Le puso tanta dedicación que se
        tuvo que encerrar durante varios días en su habitación, totalmente
        a oscuras, hasta dejar de ver miríadas de puntitos luminosos que
        flotaban permanentemente ante sus ojos. Este «inconsciente» in-
        vestigador era el gran Isaac Newton.
            Años más tarde volvió a la carga, esta vez con algo ·más de
        precaución. Entonces, la teoría en boga en el círculo académico
        era que los colores eran una mezcla de luz y oscuridad. Había
        incluso una escala, que iba del rojo brillante,_ pura luz blanca con
        una cantidad mínima de oscuridad, hasta el azul apagado, paso
        previo al negro, que era la completa desaparición de la luz en la
        total oscuridad. A Newton no le convencía esta explicación: si
        se escribe con tinta negra sobre un papel blanco, la escritura no
        aparece coloreada ...
            Newton comenzó a experimentar lo que se conocía como «el
        celebrado fenómeno de los colores». Los científicos utilizaban
        el prisma para sus trabajos y pensaban que había algo en él que era
        el culpable de la coloración de la luz. El problema radicaba en que
        colocaban la pantalla sobre la que incidía la luz que salía del prisma
        muy cerca de él, de manera que solo veían una mancha de colo-





                                         EL COLOR DEL CRISTAL CON QUE SE  MIRA   73
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