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caso del Tripas, había una persona que había adquirido el sobre-
                     nombre de «hacedor de Senior Wrangler»: el matemático William
                     Hopkins.
                         Su habilidad enseñando cómo superar el Tripas era tan buena
                     que ganaba anualme_nte 800 libras con sus clases preparatorias.
                     Hopkins vio de inmediato el potencial de James, pero quedó con-
                     mocionado por su «estado de desorden» y dedicó más tiempo a
                     enseñarle metodología de trabajo que en transmitirle conocimien-
                     tos. Por su parte, James decidió que no solo se conformaría con
                     aprender los trucos clásicos para resolver los acertijos del Tripas,
                     sino que siempre que fuera posible intentaría hacerse una idea
                     de lo que el problema significaba. Un día, Hopkins llenó toda una
                     pizarra con la resolución de un problema y James lo hizo en pocas
                     líneas y con ayuda de un diagrama. Eso sí, su tendencia a cometer
                     errores algebraicos no desapareció.
                         Uno de los compañeros de Maxwell en las clases de Hopkins,
                     W.N. Lawson, escribió de él:

                         Recuerdo que me quedaba trabajando toda la noche y toda lama-
                         ñana siguiente en los problemas que nos había puesto Hopkins, con
                         poco y ningún éxito. Maxwell podía venir para cotillear y se queda-
                         ba hablando y lo único que yo quería era que se fuera. Al final, una
                         hora y media antes de ir a clase de Hopkins, decía:  «Bueno, debo
                         resolver los viejos problemas de Hop». Y cuando llegábamos, los
                         tenía resueltos.

                         El examen llegó. Los ocho días eran una prueba de fuego para
                     las mentes de los estudiantes, por lo que se imponía algún tipo de
                     actividad relajante para las tardes. No es que charlar y leer fuera
                     algo atractivo en aquellos momentos, pero sí lo era fijar la cabeza
                     en trabajo de laboratorio. Así que todas aquellas tardes Maxwell
                     vio cómo acudían a su cuarto estudiantes para ayudarle en sus
                     experimentos con imanes. Al final, todo termina, incuso el Tripas.
                     Y a solo faltaba esperar la lista con las posiciones: James quedó
                     segundo Wrangler, detrás de su compañero en las clases de Hop-
                     kins, Edward John Routh, que después sería un renombrado pre-
                     parador del Tripas. Su padre le escribió desde Edimburgo:






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