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matemático George Peacock (1791-1858),  los vientos de cambio
       empezaron a soplar contra el statu quo de las matemáticas ingle-
       sas: Desde esta sociedad se defendía que la demostración de pro-
       posiciones y teoremas debía dejar a un lado el uso de complicadas
       ilustraciones geométricas -tal y como había hecho Newton en
       sus Principia- y sustituirse por la teoría de las derivadas de La-
       grange. En definitiva, se pedía abandonar una manera de trabajar
       visual por otra más abstracta.
           Este esfuerzo se vio recompensado y en la década de 1820
       la teoría de Lagrange aparecía en el currículo de matemáticas de
       Cambridge junto a las de Newton. Pero la victoria se haría espe-
       rar: en la década de 1850, la primera parte del Topos, dedicada a
       los asuntos más elementales de las matemáticas, incluía «la pri-
       mera, segunda y tercera secciones de los Principia de Newton;
       las proposiciones deben demostrarse a la manera de  Newton».
       Por su parte, Maxwell dejaba clara su postura:


           El objetivo de Lagrange es poner la dinámica bajo la potencia del
           cálculo ... El nuestro, por otro lado, es cultivar nuestras ideas diná-
           micas. Por eso nos aprovecharemos del trabajo de los matemáticos
           y traduciremos sus resultados del lenguaje del cálculo al lenguaje de
          la dinámica, por lo que nuestras palabras las podemos llamar imá-
          genes mentales, no de algún proceso algebraico, sino de alguna pro-
           piedad de los cuerpos en movimiento.


          Aquí queda meridianamente expuesta la diferencia insalvable
       que se estaba abriéndo en Gran Bretaña entre los físicos y los
       matemáticos: a pesar de que los científicos británicos adoptaban
      poco a poco los métodos analíticos del otro lado del canal de la
       Mancha, siguieron sin estar interesados en las matemáticas: con-
       tinuaban pensando en términos geométricos y exigían una legiti-
       mación geométrica del cálculo. Todo esto sucedía mientras Au-
       gustin-Louis Cauchy (1789-1857) revolucionaba las matemáticas
      francesas al publicar en 1821 su Cours d'Analyse, con el que, en
      palabras del historiador de las matemáticas J.V. Grabiner, «enseñó
      análisis riguroso a toda Europa». En Inglaterra encontró el mismo
      eco que Lagrange veinte años atrás: ninguno. Los matemáticos de





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