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ciencia que le enseñaron sus profesores del College Mazarin, des-
lumbró a Antoine hasta el extremo de que este decidiera cambiar
su destino. Lacaille, Rouelle, Guettard y el resto del claustro de
profesores -muchos de ellos miembros de la prestigiosa Acade-
mia de Ciencias de Francia- mimaron a ese callado y disciplinado
alumno que no tenía rival en ninguna materia. La ambición de
aquel joven respecto a lo que podía hacer en la vida y lo que podía
obtener de esta tampoco tenía rival: no se conformaba con menos
que la gloria reservada a los grandes hombres, y estaba conven-
cido de poder conseguirla únicamente con su esfuerzo. Fascinado
por los experimentos quúnicos de Rouelle, Antoine soñó con con-
vertir la química -que entonces era poco más que un conjunto
de supersticiones heredadas de la alquimia- en una ciencia tan
precisa como las matemáticas que le había enseñado Lacaille.
Pero antes de seguir lo que desde el principio fue una vo-
cación muy marcada, Lavoisier tuvo que hacerse abogado. En la
Escuela de Leyes de París aprendió la importancia de las palabras
y la forma de ponerlas a su servicio, lo que habría de resultarle de
extraordinaria utilidad en la ciencia que desarrolló más adelante.
Antoine estudiaba leyes en primavera, otoño e invierno, y durante
las vacaciones de verano recorría Francia con Guettard a la bús-
queda de minerales. Pero el joven iba más allá de su maestro y no
cesaba de preguntarse sobre las propiedades de esos minerales;
por ejemplo, por qué el yeso de París pasaba fácilmente de ser
moldeable a ser rígido. Los resultados de esas indagaciones lo
llevaron por primera vez a la Academia de Ciencias. Fue el inicio
de una relación indisoluble, que solo terminó con su fin casi simul-
táneo (la institución fue cerrada en 1793 y Lavoisier fue ejecutado
al año siguiente).
Poco después, Antoine se embarcó en otros proyectos de en-
vergadura: planificar la iluminación de una gran ciudad y abas-
tecerla de agua. En ambos casos realizó un trabajo exhaustivo
y riguroso; no hubo sacrificio que dejara de hacer para que su
proyecto fuera excelente: vivir a oscuras, no dormir apenas, no
comer, trabajar sin descanso. El mismo rey le concedió una me-
dalla en reconocimiento de sus desvelos. A continuación realizó la
primera acción de acoso y derribo de la alquimia: se embarcó en
8 INTRODUCCIÓN