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largo de este libro, no los comentaremos aquí. Sin embargo, sí dire-
                    mos que el rechazo aristotélico al infinito en acto marcó durante más
                    de dos mil años la ortodoxia del pensamiento occidental; y, además
                    de la fuerza de los argumentos de Aristóteles, muy probablemente
                    este dominio estuvo favorecido también por dos circunstancias.
                        La primera es que la mente humana es incapaz de represen-
                    tarse una imagen del infinito en acto, por lo que resulta muy fácil
                    aceptar que en realidad no existe. En efecto, sí podemos concebir,
                    quizá,  el infinito en potencia, podemos pensar en una cantidad
                    que crece ilimitadamente; pero, insistimos, no el infinito en acto.
                    ¿Qué sería representarse, por ejemplo,  la imagen de una recta
                    cuya longitud es infinita en acto? Sería pensar en una línea com-
                    pleta ( es decir, lo que «vemos» con la mente no debería ser solo
                    un fragmento) cuya longitud es de hecho infinita. Pero la mente no
                    puede abarcar esa imagen; sí podemos pensar en una línea que se
                    pierde en el horizonte y decirnos que sigue indefinidamente, pero
                    en realidad estaríamos «viendo» una recta infinita en potencia, ya
                    que nuestra «vista» solo abarca una parte. O pensemos en los nú-
                    meros O,  1, 2, 3, 4, 5, ... ; visualizarlos como un infinito en acto sería
                    pensarlos escritos todos juntos en una lista, todos sin excepción,
                    una lista que está completa, pero que a la vez nunca termina, una
                    imagen inabarcable para nuestra mente finita.
                        El segundo motivo por el que el rechazo aristotélico al infinito
                    en acto resultó convincente es que, al razonar a partir del infinito,
                    parece casi inevitable caer en contradicciones lógicas o en conclu-
                    siones extrañas que son contrarias al sentido común; como en el
                    caso de Zenón, a quien el infinito le permitió demostrar la inexis-
                    tencia del can1bio y del movimiento. Otro ejemplo lo tenemos en
                    el siglo xvn,  cuando Galileo Galilei se encontró también con con-
                    tradicciones que lo llevarían a rechazar la idea del infinito en acto;
                    en el siglo XIX,  por su parte, el matemático checo Bernard Bolzano
                    intentó desarrollar una teoría del infinito matemático, pero también
                    se encontró con paradojas que no supo resolver satisfactoriamente;
                    estos dos casos serán comentados a lo largo del presente libro.
                        Es cierto que hubo algunas discrepancias con respecto al pen-
                    samiento aristotélico; por ejemplo, en el siglo r d.C.,  el filósofo y
                    poeta romano Lucrecio, en su poema didáctico De rerum natura






         10         INTRODUCCIÓN
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