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Casi todas las ramas de las matemáticas son el resultado de un
largo proceso hlstórico que se fue desarrollando a lo largo de dé-
cadas o siglos, con el aporte de muchas personas, y en el que
suele ser muy difícil, por no decir imposible, señalar claramente
un único iniciador. Por supuesto, este es el caso de las ramas
más antiguas de las matemáticas, corno la geometría o el álgebra,
cuyos comienzos se remontan al antiguo Egipto o a la antigua
Mesopotarnia; pero también es el caso de ramas más recientes,
corno el cálculo, por ejemplo, que fue creado a finales del siglo xvn
simultánea e independientemente por dos ilustres matemáticos,
el inglés Isaac Newton y el alemán Gottfried Wilhelrn von Leibniz,
quienes en realidad dieron forma a ideas que muchos precursores
habían estado investigando durante siglos (hablaremos un poco
más sobre la hlstoria del cálculo en el capítulo 3).
Sin embargo, la teoría matemática del infinito (y la teoría de
coajuntos, ya que, corno veremos en estas páginas, ambas teorías
son esencialmente la misma) es el fruto del talento y de la imagi-
nación de un solo hombre, que la creó casi de la nada, el matemá-
tico ruso-alemán Georg Cantor.
Inclusive es posible señalar el momento casi exacto en el que
Cantor dio el salto creativo que le llevó a su teoría; en una carta
fechada el 5 de noviembre de 1882 le escribió a su amigo y colega
Richard Dedekind:
EL COMIENZO DEL INFINITO 17