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Faraday, sin embargo, tuvo la capacidad de contemplar estos
fenómenos como algo diferente, como un conjunto de propieda-
des en las que, con la agudeza visual adecuada, uno podía descu-
brir las huellas de Dios. Esta particular agudeza visual, espoleada
por su fe, permitió a Faraday desafiar las concepciones intocables
de Newton, lo cual era doblemente ignominioso al proceder de
alguien que ni siquiera tenía destrezas matemáticas. A la postre,
tal audacia intelectual procedente del que probablemente era el
más humilde y sencillo científico de su época, acarreó una conse-
cuencia trascendental: transformó la Revolución industrial --de
cuya tiranía laboral a punto estuvo de caer víctima debido a su
baja condición social- convirtiéndola en la Era de la electricidad.
Una nueva era en la que la gente ya no debía trabajar esclavizada
para obtener un salario, a la vez que permitía que las clases más
modestas gozaran por fin de la posibilidad de acceder a los tem-
plos del saber por su condición intelectual y no por el color de su
sangre o el apellido de la familia.
Pero no todo fue coincidencia, arquitectura mental moldeada
por la religión o incluso curiosidad insaciable y heterodoxa. En
Faraday, ante todo, encontramos sacrificio y tesón. También hizo
grandes avances en otros campos de la ciencia, como la química
-licuando gases- o la óptica - estableciendo interacciones
entre luz y magnetismo-, descubriendo los diamagnéticos o in-
ventando la jaula que lleva su nombre, que actualmente vemos
aplicada en ascensores, microondas o aviones. Y ya con muchos
años a la espalda, su mente continuó funcionando incansable-
mente hasta el final, estableciendo comunicación epistolar con
decenas de científicos e investigadores, colaborando en proyec-
tos de colegas - como el establecimiento de un cable de comuni-
caciones que conectaba el continente europeo con América- , e
inspirando con sus conferencias y artículos a innumerables jóve-
nes que más tarde desarrollarían sus propias carreras brillantes.
De todos ellos, quizá el caso más destacado fue el de James Clerk
Maxwell, quien codificó al lenguaje matemático todas las ideas de
Faraday a propósito del electromagnetismo; y, más tarde, tam-
bién Albert Einstein debería admitir su deuda con Maxwell y el
propio Faraday.
10 INTRODUCCIÓN