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Y todas estas hazañas intelectuales,  además,  las llevaría a
        cabo Faraday de forma metódica y ordenada, solo permitiéndose
        un pequeño descanso con cuarenta y nueve años, cuando su mente
        y su cuerpo fueron víctimas de una grave crisis por agotamiento
        -idéntica edad, por cierto, en la que Newton había padecido una
        crisis análoga-. Tan ordenada fue siempre la disposición de Fa-
        raday que incluso su Diario, el bloc de notas donde todo lo apun-
        taba y dibujaba, muestra numerada correlativamente la principal
        secuencia de párrafos desde el 1 hasta el 16041, a lo largo de un
        periodo de treinta años. En ocasiones parecía como si la energía
        inagotable de Faraday fuese generada por una de las dinamos que
        él mismo diseñó. Faraday incluso sacrificarla su luna de miel por
        el simple hecho de no perder horas de laboratorio. Para Faraday,
        pues, no había otra cosa que la ciencia, tanto en el ámbito de la
        investigación como de la divulgación.
            Tamaño arrojo y dedicación, unido a su formidable afán por
        transmitir el conocimiento científico extramuros de instituciones
        para aristócratas que tenían la ciencia como afición, convirtieron
        a Faraday en un héroe tanto académico como popular. Sobre todo
        popular. Sus charlas y conferencias siempre evitaron la pomposi-
        dad y las ecuaciones para no iniciados, aplicando estrategias que
        hoy en día han asimilado figuras como la del showman o el coach
        para ejecutivos, y beneficiándose así de la gran ventaja de expre-
        sarse con claridad que es, en palabras de George Orwell: «Cuando
        hagas una observación estúpida, su estupidez resultará obvia in-
        cluso para ti».  Faraday también era simpático y amable, además
        de buena persona. Quienes lo conocieron, siempre se refirieron a
        él como un ciudadano de moral intachable, más preocupado por
        hacer lo correcto que por adornarse con los oropeles del éxito.
            Gracias a Faraday la ciencia comenzó a ser una profesión más
        que un entretenimiento para aficionados con enormes recursos
        económicos. Una fenomenal gan1a de aparatos concebidos a raíz
        de los descubrimientos de Faraday ahorraban el trabajo en hoga-
        res y fábricas, lo que condujo a que la gente tuviera más tiempo
        libre.  Un tiempo que, algunos, podían dedicar a la investigación
        - muchos de ellos, ciertan1ente, inspirados por la pasión divulga-
        tiva de Faraday-. Lo que, finalmente, catapultó a la nación britá-






                                                         INTRODUCCIÓN        11
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