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Introducción
Planetas como la Tierra se formaron a partir de los elementos que
se cocinaron en las entrañas de las estrellas. Algunos de estos
elementos fueron los metales, que se ocultaron en las profundida-
des del mundo. Este núcleo metálico líquido en rotación convirtió
nuestro planeta en un imán gigantesco. Todo cuanto hay sobre
la Tierra, pues, está inmerso en un campo de fuerzas magnético
invisible, creado como consecuencia del movimiento de cargas
eléctricas. Y, si bien algunas culturas, como la china de la época
clásica, lograron detectar este campo invisible, empleando parte
de sus propiedades para orientar sus brújulas durante la navega-
ción, su naturaleza fue un misterio durante siglos.
En el siglo xrx, sin embargo, todo lo que se sabía acerca de ese
campo invisible e indetectable cambió radicalmente gracias a la
humildad, la heterodoxia y la inteligencia de un hombre nacido en
1791, solo unos cien años después de que se insinuara la existen-
cia del electrón: el genio inglés de la física experimental Michael
Faraday.
De igual modo, a pesar de que la fuerza eléctrica llevaba fun-
cionando ininterrumpidamente desde hacía más de trece mil mi-
llones de años, también resultaba un enigma para la humanidad,
inserto en el seno de los átomos que todo lo constituían: aunque
los efectos eléctricos se manifestaban por doquier, su esencia per-
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