Page 12 - 21 Faraday
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nica, pequeña y poco poblada si se comparaba con Francia, Japón
                     o China, a un prot.agonismo internacional absoluto.
                         El  motor principal de la actividad científica era,  más que
                     nunca, el talento y la curiosidad, haciendo realidad aquellas pala-
                     bras de la novelista Sybille Bedford: «Las leyes del universo eran
                     algo a lo que cualquiera podía enfrent.arse agradablemente inst.a-
                     lado en un taller dispuesto detrás de los establos». Una frase que
                     adquiere aún más sentido si nos trasladamos al Londres contem-
                     poráneo, al 16 de Jacob's Well Mews, un recóndito callejón en el
                     que Faraday vivió su infancia, y que recuerda poderosamente a
                     los antiguos establos, lejos de la exclusiva Royal Institution of
                     Great Brit.ain. Con todo, en el interior de est.a institución, fundada
                     en 1799 y dedicada a la investigación y difusión de la ciencia, que
                     hasta entonces vedaba el paso a  las clases sociales humildes,
                     ahora se aloja el Faraday Museum, donde se conserva su labora-
                     torio y muchos de sus aparatos originales, como símbolo de que
                     la ciencia por fin  ya no entiende de clases.  Faraday fue  el hilo
                     conductor entre ambos mundos, fascinando a unos y otros, tanto
                     a científicos «de est.ablo» como a los más pudientes.
                         De  este modo se propició una revolución tanto  científica
                     como social; revolución que,  irónicamente, el propio Faraday se
                     negó a protagonizar, restándole importancia a su trabajo, acep-
                     tando a regañadientes las innumerables distinciones que recibió
                     en vida.
                         Michael Faraday fue una chispa que electrizó la ciencia y la
                     sociedad de la época. Porque, a pesar de su devoción religiosa-o
                     precisamente a causa de ella-, Faraday, al igual que Prometeo,
                     escaló el Olimpo, le robó el fuego a los dioses, el fuego divino, la
                     chispa tecnológica que prendió bombillas y lámparas, e iluminó
                     definitivamente un mundo sumido en la oscuridad.

















          12         INTRODUCCIÓN
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