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ideológica y racial del mundo intelectual. Este acontecimiento
desencadenó, sin pretenderlo, una transformación radical de la
geografía científica internacional. En poco más de una década,
el éxodo de científicos y académicos procedentes del área de in-
. fluencia alemana hacia Estados Unidos ayudó a convertir a este
último país en el centro mundial de la ciencia.
La Fundación Rockefeller se vio abocada a cambiar de polí-
tica. Si hasta entonces su objetivo era favorecer la formación de
jóvenes científicos en centros de excelencia, en 1933 decidió ayu-
dar a los científicos perseguidos, muchos de ellos con una carrera
ya establecida, a encontrar trabajo en otros lugares. Esto alimentó
las universidades e instituciones científicas americanas con un
alud de personal altamente cualificado. Es lo que un historiador
de la ciencia llamó «el regalo de Hitler a América»:
Las cosas también cambiaron para Bohr y su instituto. Su idea
hasta el momento había sido atraer a científicos jóvenes para ayu-
darles en el desarrollo de su creatividad. Con la nueva situación,
el centro empezó a llenarse de investigadores con una sólida tra-
yectoria, los cuales, por lo tanto, necesitaban más libertad de ac-
ción y menos ayuda intelectual por parte de Bohr. James Franck
(1882-1964), procedente de Gotinga, y George de Hevesy, profesor
en Friburgo, fueron los primeros de esta larga lista. Ambos, viejos
amigos de Bohr, obtuvieron sus premios Nobel en 1925 y 1943,
respectivamente ( el primero de Física, compartido con G.L. Hertz,
y el segundo de Química), por sus aplicaciones del modelo ató-
mico del científico danés.
La tarea de Bohr no se limitó a aceptar en su centro a algunos
de los científicos perseguidos. Sus contactos internacionales, es-
pecialmente con la Fundación Rockefeller, también le permitieron
ayudar a otros científicos a encontrar una plaza en otros países,
ya que las posibilidades de Dinamarca eran obviamente muy limi-
tadas. Una manera de conseguir tal propósito era conceder una
beca de investigación de un año de duración a los científicos con
problemas, para que de este modo utilizaran Copenhague como
trampolín hacia otros posibles destinos.
Uno de los casos más sonados fue el de Enrico Fermi y su
esposa. En 1938, el físico italiano había recibido el premio Nobel
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