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Lucille inculcó en su hijo un poderoso sentido del humor, la capa-
        cidad de reírse de sí mismo y, sobre todo, cómo tener coraje para
        lanzarse al mundo. Dichas cualidades demostraron ser decisivas
        en la vida que le esperaba al joven Richard.
            Cuando tenía cinco años,  «Ritty»  conoció la llegada de un
        hermanito, que recibió el nombre de Henry Phillips en honor al
        abuelo materno que había muerto el año anterior. Pero la desgra-
        cia les esperaba a la vuelta de la esquina: a las cuatro semanas el
        bebé se puso muy enfermo y murió un mes más tarde, el 25 de
        febrero de 1924, posiblemente debido a una meningitis.  En no-
        viembre de ese mismo año, y a 5 800 kilómetros de distancia, el
        hijo menor de Víctor, quinto duque de Broglie, presentaba su tesis
        doctoral en física de la que Albert Einstein dijo: «Ha levantado una
        esquina del gran velo», en una clara alusión a la famosa frase con
        la que, tiempo atrás, Louis Pasteur definió el trabajo científico.
        Louis de Broglie acababa de cambiar la manera que se tenía de
        entender la materia para siempre. Era el punto de inflexión de una
        revolución que había empezado a pergeñarse hacía treinta años,
        durante la llamada «década malva».





        MISTERIOS Y REVOLUCIONES

        Los últimos años del siglo XIX estaban siendo científicamente agi-
        tados y, sin embargo, aún había quien sostenía que «ahora no hay
        nada nuevo que descubrir. Todo lo que queda es hacer medidas
        cada vez más precisas», según palabras atribuidas al físico britá-
        nico William Thomson (lord Kelvin) en 1900. Se había descubierto
        una partícula, el electrón, que nadie sabía de dónde venía, y tam-
        bién que ciertos compuestos de uranio emitían una radiación de
        naturaleza desconocida. Un nuevo misterio, la radiactividad, en-
        traba en escena. Para terminar de enredar las cosas, las dos gran-
        des teorías de la física del siglo XIX  eran incompatibles. Por un
        lado estaba la mecánica de Newton, que se ocupa de los cuerpos
        en movimiento, y por otro el electromagnetismo,  explicado en
        1873 por el escocés James Clerk Maxwell. Galileo ya había suge-





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