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rido que las leyes físicas eran las mismas independientemente de
                     si estamos quietos o corriendo a velocidad uniforme. Esto funcio-
                     naba de perlas con pelotas y piedras, pero no con la luz. Al final
                     fue la teoría especial de la relatividad de Einstein la que resolvió
                     el problema: la dinámica de Newton se aplicaba bien a cuerpos
                     que viajan a velocidades pequeñas, pero no si estos se mueven a
                     velocidades cercanas a la de la luz.
                         Por otro lado, el desarrollo de la termodinámica, la ciencia del
                     calor, había traído de la mano una hipótesis que por antigua no era
                     menos polémica: la materia estaba hecha de átomos minúsculos e
                     indivisibles. Suponer que no era continua sino discreta había per-
                     mitido aplicar las leyes de la mecánica y, con ella, calcular muchas
                     de las propiedades físicas de la materia. Pero no todos los científi-
                     cos estaban convencidos. Uno era el alemán Max Planck, un ex-
                     perto en termodinámica clásica y para quien los átomos eran «un
                     enemigo para el progreso» que al final «serán abandonados por la
                     suposición de una materia continua».  Curiosamente este físico
                     protagonizaría una de las revoluciones conceptuales más impor-
                     tantes de la historia de la ciencia: el 14 de diciembre de 1900 anun-
                     ciaba  en  la  Sociedad  Alemana  de  Física  algo  absolutamente
                     aberrante para las mentes de entonces, que la materia no puede
                     absorber energía en cantidades cada vez más pequeñas; existe una
                     cantidad mínima de energía por debajo de la cual no se puede
                     bajar, el cuanto. Su valor viene dado por una simple ecuación que
                    · relaciona la energía con la frecuencia de la luz ( el «color» de la
                     luz): E= hv,  donde hes una constante de proporcionalidad que
                     acabó conociéndose como la constante de Planck. Cinco años más
                     tarde, Albert Einstein fue más allá para explicar el efecto fotoeléc-
                     trico (figura 1); cotidianamente lo vemos en acción en puertas, en
                     la cinta de las cajas de los supem1ercados, en las escaleras mecá-
                     nicas, en el encendido del alumbrado público cuando anochece ...
                     En uno de sus tres grandes trabajos aparecidos en el mítico volu-
                     men 1 7 de la revista Annalen der Physik, propuso que no solo la
                     materia absorbía la radiación de manera cuantizada, en paquetes
                     discretos de energía, sino que la propia luz estaba cuantizada. Era
                     algo que no se barajaba en la física desde los tiempos de Newton:
                     que la luz se comportaba como un flujo de paitículas, los fotones.





         22          UN NUEVO MUNDO CUÁNTICO
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