Page 25 - 19 Marie Curie
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un céntimo a «lujos» tales como comprar carne para alimentarse,
carbón para calentarse o cocinar, y ropa de recambio. Tampoco
tenía tiempo para otra cosa que no fuera estudiar, por lo que dedi-
car media mañana a comprar y cocinar no entraba en sus planes.
Su parquedad en la comida le provocó un estado de extrema debi-
lidad. Afortunadamente, estaba cerca una compañera que avisó a
su hermana, la cuana llevó a su casa para cuidarla. Una vez resta-
blecidas sus fuerzas, Marie volvió a su buhardilla, a sus comidas
frugales y a sus interminables horas de estudio.
No solo pasó hambre sino tan1bién mucho frío; de hecho, la
propia Marie cuenta en sus memorias que en pleno invierno se he-
laba el agua del lavabo que tenía en su cuarto, y que un día que se
quedó sin ropa y mantas que poner sobre la cama llegó a colocar
una silla para ver si así entraba en calor. Pero aun alimentándose
casi exclusivan1ente de té, pan y mantequilla, y comiendo de vez
en cuando un huevo, a los dos años de llegar a París consiguió
graduarse en Física con el número uno de su promoción. Y lo que
es más importante, siempre recordó esos años como de completa
felicidad: tras haberlo deseado tanto y luchado por ello durante
tanto tiempo, por fin había hecho realidad su sueño de estudiar
ciencias en una de las mejores universidades.
Sus excelentes notas hicieron que se le concediera una beca
de la Fundación Alexandrowitch, destinada a los estudiantes po-
lacos que destacaban y deseaban hacer estudios en el extranjero.
Ello le permitió matricularse en Matemáticas el curso siguiente,
de nuevo en la Sorbona. Se graduó enjulio de 1894 con el número
dos, lo cual para ella fue un «fracaso» que se reprochó durante
años.
Tras esta segunda graduación Marie recibió otra beca, esta
vez francesa, de la Socieciad para el Desarrollo de la Industria
Nacional. Su objetivo era estudiar las propiedades magnéticas de
los aceros bajo la supervisión del profesor Gabriel Lippmann, uno
de sus tutores en la Sorbona. Cuando comenzó a realizar este tra-
bajo, comprobó que en su laboratorio no tenía la instrumentación
necesaria y que tampoco contaba con la colaboración de ningún
científico experto en ese tema; no obstante, una feliz casualidad
vino a solucionar ambos problemas. El doctor Józef Kowalski, a
UNA POLACA EN PARÍS 25