Page 27 - 19 Marie Curie
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Así pues, aquel señor serio y tímido, que a sus treinta y cinco
        años no se le había conocido ninguna novia,  anduvo todo el ve-
        rano buscando la forma de encontrarse con Marie.  Ir a visitarla
        a Varsovia le parecía una intromisión excesiva, pero pensó que
        quizá se podrían ver en Suiza, cuando ella fuera allí unos días de
        vacaciones con su padre. Al final no se atrevió a planteárselo - se
        lo contaría más tarde-, pero no dejó de escribirle cartas con su
        característica redacción caótica. En esas cartas le hablaba de la
        posibilidad de que ambos compartieran sus sueños de dedicarse
        a la ciencia. También le hacía propuestas insólitas, como alquilar
        entre los dos un apartamento que estaba cerca del laboratorio
        donde ambos trabajaban. Hoy parece natural que un hombre y una
        mujer vivan juntos sin formalizar su relación, pero a finales del
        siglo XJX la propuesta de compartir casa sin estar casados debió re-
        sultar escandalosa, incluso para alguien como Marie, que prestaba
        tan poca atención a las apariencias. Una cosa es que lo hubiera in-
        vitado a visitarla en su buhardilla del Barrio Latino, en la que vivía
        sola, y otra muy distinta que aceptara una propuesta de vivir con
        él, por muy conveniente que resultara para ambos el apartamento
        que Pierre había encontrado.
            Pierre Curie había comenzado en 1891 el estudio de las propie-
        dades magnéticas de varios compuestos y elementos. En aquellos
        momentos se tenía un conocimiento muy vago del magnetismo,
        pero se sabía que las sustancias podían dividirse en tres grupos
        dependiendo de su comportamiento en presencia de campos mag-
        néticos. El grupo más numeroso era el de las sustancias diamagné-
        ticas; es decir, el de las sustancias débilmente magnéticas que se
        oponían al campo magnético aplicado. En cambio, las sustancias
        paramagnéticas se alineaban a favor de un campo magnético ex- ·
        terno. Por último, las sustancias fuertemente magnéticas o ferro-
        magnéticas, entre las que se encontraba el hierro, se orientaban a
        favor del campo magnético. Pierre estudió el comportamiento de
       veinte sustancias en campos magnéticos mientras las calentaba a
        altas temperaturas y encontró que las sustancias diamagnéticas
       no se alteraban con la temperatura, mientras que las paramagné-
       ticas perdían sus propiedades magnéticas conforme aumentaba
       la temperatura. Pero lo más llamativo se refería a las sustancias






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