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En Princeton, Godel encontró un clima social tranquilo y anodino,
        perfectamente adecuado a su forma de ser,  en el que se sentía
        muy cómodo. Sin embargo, este entorno favorable no atenuó su
        hipocondría ni sus excentricidades sino que, muy por el contrario,
        con el  correr de  los  años sus  «rarezas»  se fueron  acentuando
        hasta tal punto que en 1941 el entonces director del Instituto de
        Estudios Avanzados, Frank Aydelotte, se sintió obligado a pregun-
        tarle al médico personal de Godel si existía algún peligro de que
        su mal (su incipiente paranoia) adquiriera una forma violenta
        que fuera peligrosa para él mismo o para los demás. Aunque el
        médico respondió que ese peligro no existía, no deja de ser signi-
        ficativo que la pregunta fuera formulada.
            Godel estaba dominado por el temor a las enfermedades, tanto
        reales corno imaginarias. Vivía convencido, por ejemplo, de que de la
        calefacción y del aire acondicionado emanaba un aire «malo», per-
        judicial para la salud. También tenía un temor obsesivo al frío y no
        era extraño verlo en pleno verano usando abrigo, bufanda y guantes.
        Paradójicamente, este miedo a la enfermedad venía acompañado
        por una desconfianza total hacia los médicos, que se transformó
        lentamente en un recelo hacia la gente en general. Su tendencia a
        la soledad era cada vez mayor y a veces pasaba largos períodos en
        los que evitaba todo contacto físico con otras personas, con la sola
        excepción de su esposa Ad ele y dos o tres amigos muy cercanos.






                                     LAS CONSECUENCIAS DEL TRABAJO DE GÓDEL   145
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