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en el mundo celeste. Toda una lección de filosofía positivista de la
        ciencia. En cierto modo, Laplace anticipó la doctrina del filósofo
        decimonónico francés Auguste Comte (1798-1857), para quien la
        astrononúa mecánica era la primera de las ciencias, el espejo en
        el que el resto habían de mirarse. Convencido de la universalidad
        y la potencia de las matemáticas, Laplace partió a la conquista de
        múltiples territorios que hasta entonces se habían escapado, como
        la teoría de la probabilidad, la estadística, la demografía, la mate-
        mática electoral, la teoría del calor, etc. Y contribuyó con su tena-
        cidad a forjar una extraña convicción, fortalecida a la vez por la
        cultura de los ingenieros, según la cual las matemáticas están en
        la base de todo conocimiento y toda acción. Una senda por la que
        aún hoy caminamos.





        LOS ÚLTIMOS AÑOS

        En marzo de 1823 se cumplió el cincuenta aniversario de la en-
        trada de Laplace en la Academia. La celebración, realizada el 24
        de abril, fue un acto muy especial en que se le rindió tributo como
        gran patrón de la ciencia francesa. De los colegas académicos que
        le habían dado la bienvenida a la Academia en 1 773 apenas si que-
        daba alguno vivo. Condorcet, Lavoisier y Bailly habían sido vícti-
        mas de la Revolución.  Lagrange, Monge,  Delambre y Berthollet
        habían muerto,  respectivamente,  en  1813,  1818  y,  por partida
        doble,  en 1822. Solo Legendre,  con quien le unía un acendrado
        antagonismo, vivía todavía.
            Laplace se mantuvo mentalmente activo hasta prácticamente
        el final de sus días, pese a que diversos achaques le fueron mi-
        nando la salud. Fue en este tiempo cuando comenzó a interesarse
        por la vida privada de su admirado Newton, con quien ya le com-
        paraban en vida. Trataba de comprender qué podía haber llevado
        al ilustre inglés a abandonar la ciencia por la teología y a dar a
        Dios un papel tan central en el sistema del mundo. Y, sin embargo,
        él,  el Newton de la Francia revolucionaria y napoleónica, había
        imaginado un universo por completo determinista.






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