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ministro, senador, conde del Imperio napoleónico y marqués de
                     la monarquía borbónica restaurada. Siempre maptuvo buenas re-
                     laciones con el poder de turno, de modo que las cambiantes cir-
                     cunstancias· políticas francesas no fueron un obstáculo para su
                     ambición personal ni sus planes y programas científicos. Es así
                     que puede decirse que fue  el último filósofo natural y el primer
                     científico moderno,  porque pensaba la naturaleza en términos
                     exclusivamente matemáticos, excluyendo cualquier disquisición
                     metafísica.
                         William Whewell (1794-1866) popularizó el término cientijico
                     (scientist) a mediados del siglo XIX,  en la década de 1840, pero no
                     fue quien lo acuñó. Lo hizo el sanguinario Jean-Paul Marat, quien
                     en 1792 fue la primera persona que etiquetó a los sabios (savants)
                     como científicos (scientijiques), al referirse burlonamente a su
                     proyecto de medir la Tierra para crear un sistema de pesos y me-
                     didas uniformes. Laplace vivió a caballo entre esos dos mundos y,
                     de facto, lideró gran parte .del proceso revolucionario por el que
                     los sabios dieciochescos se transformaron en los cientijicos deci-
                     monónicos. Los primeros pertenecían aún al Antiguo Régimen; los
                     segundos, a la nueva sociedad surgida al calor de la Revolución,
                     donde los matemáticos no eran ya servidores del rey sino de la
                     nación. La ciencia adquirió nuevos roles en el servicio público,
                     tanto en la educación como en la resolución de problemas socia-
                     les. El nuevo mundo político sustentaba al nuevo profesionalismo
                     científico que Laplace ayudó a alumbrar.
                         Asimismo, él fue probablemente el primer positivista. Fue la
                     ciencia del cielo, en cuanto mecánica celeste, la que gozó de un
                     estatuto privilegiado debido a su capacidad para expresarse en el
                     lenguaje de las matemáticas y para predecir con gran exactitud
                     acontecimientos futuros.  Y fue  esta ciencia la que,  con Laplace
                     como punto de inflexión, proporcionó los ingredientes metodoló-
                     gicos de la nueva ciencia contemporánea que comenzó su anda-
                     dura con la Revolución francesa y llega hasta nuestros días. Para
                     Laplace la mecánica celeste era el paradigma de lo que tenía que
                     ser una ciencia. El modelo que debía marcar las pautas de la in-
                     vestigación científica. La receta era simple: calcular y predecir.
                     Había que aplicar al mundo terrestre la misma forma de proceder






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