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lado», respondió Newton; después de lo cual, el doctor Halley le
                         pidió que sin retraso le mostrara sus cálculos. Sir Isaac buscó entre
                         sus papeles, aunque no encontró los cálculos; pero prometió reha-
                         cerlos de nuevo y entonces enviárselos.

                         Era la típica respuesta que cabía esperar de un Newton siem-
                     pre remiso a dar a conocer sus descubrimientos. Y, efectivamente,
                     Newton no había perdido esos papeles;  sin embargo, · dado el
                     tiempo que había pasado desde la última vez que reflexionó sobre
                     el movimiento de los planetas, quería revisar sus cuentas antes de
                     mostrarlas a otros. Pero esta vez iba a ser distinto: la pregunta
                     de Halley llegaba en un momento en que Newton estaba especial-
                     mente receptivo - «La pregunta se adueñó de él como nada lo
                     había hecho antes», escribió Westfall- y desató su creatividad
                     científica de forma desmedida.
                         Pero no solo fue su creatividad la que se desencadenó, sino
                     también su enorme capacidad de trabajo. Es curioso que Newton






               MOMENTOS ESTELARES DE LA CIENCIA
               Dos  de los  grandes momentos estelares de la  ciencia  son:  la  manzana  de
               Newton ... y el iEureka! de Arquímedes (en la ilustración). Según Vitruvio, arqui-
               tecto romano del siglo I a.c., el  tirano de Siracusa Hierón 11  había ordenado la
               fabricación de una nueva corona de oro con forma de corona triunfal (un cerco
               de ramas de oro que se  concedía como distinción al  general victorioso que
               entraba en Roma). Para descubrir si realmente la corona era de oro o si conte-
               nía  plata incluida por un orfebre deshonesto, Hierón 11  le pidió a Arquímedes
               que la  analizara sin  fundirla ni  dañarla. Arquímedes no sabía cómo hacer tal
               cosa, habida cuenta de que no podía convertir la corona en un cuerpo regular
               para calcular su masa y  volumen y, a partir de ahí, su densidad, para averiguar
               si  coincidía o no con la  del oro. Pero mientras tomaba un baño, Arquímedes
               advirtió que el  nivel de agua subía en cuanto entraba en la  bañera. Pensó en-
               tonces que podría hacer lo propio con la corona: al ser sumergida, desplazaría
               una cantidad de liquido igual a su  propio volumen;  y al  dividir el  peso de la
               corona por el  volumen de agua desplazada, podría obtener la  densidad de
               aquella. Al caer en la cuenta de lo sencillo que resultaba resolver su  problema









         34          LA GRAVITACIÓN Y LAS LEYES DEL MOVIMIENTO: LOS «PRINCIPIA»
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