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era demasiado grande para ser transportado en un avión. Fermi
colaboró en los cálculos sobre la criticalidad del nuevo sistema,
aunque la bomba H transportable no llegarla hasta 1955.
Sin embargo, un caso de espionaje que atañía más directa-
mente a Fermi se desencadenó aquel verano: fue el de su amigo,
y colega en Italia, Bruno Pontecorvo. La familia de Pontecorvo ya
era comunista reconocida en Italia. En 1938, en la época en la que
trabajaba en el laboratorio Joliot-Curie, Pontecorvo decidió no
regresar a Italia tras la publicación del Manifesto della razza, y se
unió en Paris a Marianne Nordblom, una estudiante sueca, tam-
bién comunista. Pontecorvo se refugió en Estados Unidos en 1940,
y a su llegada fue a Leonia a visitar a Fermi. Descartado para Los
Álamos por su pasado comunista, Pontecorvo se trasladó a Mon-
treal en 1943 para integrarse en el equipo de trabajo anglocana-
diense sobre el uranio. De camino a Canadá hizo alguna visita de
cortesía a Fermi, en Chicago, al que volvería a ver por última vez
en 1948, justo antes de entrar en el proyecto atómico del Reino
Unido en 1949, tras nacionalizarse británico. En octubre del año
siguiente, aprovechando un viaje para ver a la familia sueca de
Marianne, Pontecorvo y su familia cruzaron el telón de acero y
huyeron a la URSS: durante años, él había sido agente del KGB.
En la URSS, Pontecorvo completó una tarea científica brillante,
especialmente en física de partículas, de forma que desde 1995 el
prestigioso premio Pontecorvo reconoce los méritos de los inves-
tigadores en física de partículas. ¿Qué relación había tenido Pon-
tecorvo con Fermi?, se preguntaba la CIA.
La noticia afectó a Fermi en su lucha por obtener beneficio de
las patentes que había desarrollado junto a Pontecorvo y los demás
ragazzi de Via Panispema, y que se habían utilizado en el Proyecto
Manhattan. Los abogados que defendían la causa, y que justo en
agosto de 1950 habían solicitado diez millones de dólares al Go-
bierno de Estados Unidos, no querían representar ahora a un espía
comunista fugado. La causa se retrasó y hasta tres años después
Fermi no vería ni un dólar y, por supuesto, la cantidad finalmente
pagada, descontadas las costas judiciales, fue muy inferior a aque-
llos diez millones de dólares. Que uno de los cinco coautores de la
patente principal fuese un espía ruso no ayudó demasiado.
144 LA PARADOJA DE FERMI