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de Estados Unidos, que sentía que su renovado enemigo era el
                    comunismo de Stalin. Se habían repartido Europa y se disputaban
                    la hegemonía mundial tras haber levantado el que se denominó
                     «telón de acero». La URSS,  muy dañada tras la Segunda Guerra
                    Mundial, se había rearmado con rapidez. Por otra parte, la indus-
                    tria armamentística norteamericana deseaba seguir con el ritmo
                    de producción de los tiempos de guerra, y el armamento de la
                    URSS  era un buen motivo para presionar al presidente Truman
                    para que mantuviese el gasto militar. Acababa de empezar la Gue-
                    rra Fría: ambas potencias empezaron a desarrollar arsenales de
                    armas nucleares con el ánimo de imponerse de fom1a disuasoria
                    al resto de países del globo.
                        Fermi y Rabi,  ambos miembros del Consejo Asesor General
                    (GAC, General Advisocy Committee ), manifestaron su repulsa por
                    la proliferación del arsenal nuclear, considerado por ellos como
                    un peligro para la hun1anidad. Tras Hiroshinla y Nagasaki, resur-
                    gieron la ética y la moral de los hombres que habían puesto su
                    inteligencia al servicio del terror bélico, de la creación de aquellas
                    armas de destrucción masiva.  Fermi empezó entonces de forma
                    más activa a defender los «usos pacíficos» de la energía nuclear. Tal
                    vez fue la constatación de las espeluznantes consecuencias de su
                    trabajo en Los Álamos lo que le despertó: el legado nuclear seguiría
                    matando mucho después. Por si fuera poco, las investigaciones de
                    espionaje se multiplicaban. La rapidez con que la URSS había lle-
                    gado a obtener la bomba atómica se debió en parte a las filtracio-
                    nes de sus espías, dos de los cuales tuvieron contacto directo con
                    Fermi, ambos de la trama de espionaje anglocanadiense del KGB.
                        A través de los periódicos, Fermi se enteró de la detención por
                    espionaje, en enero de 1950, de Klaus Fuchs, que había trabajado
                    junto a él en Los Álamos, aunque muy puntualmente. La detonación
                    soviética había removido la conciencia de Fuchs, que se arrepintió
                    de haber suministrado información sobre la bomba al KGB. De ori-
                    gen alemán, tras el auge del nazismo Fuchs se refugió en el Reino
                    Unido y se nacionalizó finalmente británico. Fuchs había desarro-
                    llado su labor en Harwell, donde se investigaba en alto secreto el
                    desarrollo de la bomba de hidrógeno, o bomba H, formando parte
                    del grupo de científicos británicos asociados a Los Álamos.






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