Page 43 - Un Libro de Porqueria
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Un tablón con caballetes muy largo y todos estaban al final del
mismo. Claro todos escapaban de las autoridades que estaban en la
cabecera, a mi izquierda y enfrente.
A la derecha mía estaba el Pulga y justo enfrente, de izquierda a
derecha: el cura principal, Spinozza y Gustavo Rossi.
La comida transcurre en buenos términos hasta que el cura me pre-
gunta si me gusto Tandil.
Ahí empecé a rendir mi examen final de destreza sin saberlo, por-
que al responder la pregunta del cura, lo mire al Pulga y comprendió
enseguida que algo se venía.
Comencé a gritarle al cura que me desilusioné mucho con la gente
de Tandil, porque al venir hacia acá, nos siguió un hombre y fue por
eso que llegamos tarde, le dije.
Y continué mi relato, exaltado “Tratamos de perderlo pero nos si-
guió hasta la puerta diciéndome que solo quería hablar, que era muy
atractivo, que le había gustado la exhibición y que solo quería estar
conmigo”. (Para esto, el resto de la mesa se había silenciado por
completo).
Y yo seguía a los gritos: “Salí de acá, puto de mierda, yo no soy así
como vos, a mí me gustan las mujeres”. A lo que me respondió “Uno
nunca sabe, también te puede pasar. Y me tiro un perfume sobre el
buzo de la facultad”, diciéndome “Esto es para que me recuerdes y
tal vez cambies”
Y agregue “El olor del perfume es terrible, sentí!!!”.
En ese momento me paré, agarrándome el buzo en el pecho donde
supuestamente, me había tirado el perfume y del lado de enfrente se
paró el cura, Spinozza y Rossi.
Pero Spinozza fue más rápido y los anticipo a ambos, (menos mal)
acercando su cara a mi pecho para oler el perfume.