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TRES
Era sábado por la mañana y ya se veía a la gente entrando a la igle-
sia de Santa María. Aún faltaba una hora para la misa de las doce.
Jairo estaba esperando a Kira en la puerta de la casa que, como
ocurría habitualmente, estaba entreabierta. Rocío ya se encontra-
ba dentro para adelantar trabajo.
Jairo recordó la cara de extrañeza en el rostro de Antonio, el pa-
dre de Kira, cuando le contaron de forma atropellada todo lo que
había ocurrido en el zaguán de la casa. Kira le dijo a Jairo que esa
noche convenció a su padre para que los dejara investigar la casa,
y éste, como responsable de la obra de restauración, solo puso una
condición:
—Cualquier hallazgo que encontréis, nos informaréis a mí o a Ro-
cío —le había dicho.
Jairo vio a Kira que entraba en la calle Comercio en un tira y afloja
con Bruno, que seguía sin levantar la cabeza del suelo, probable-
mente persiguiendo algún rastro.
—Jairo, tengo noticias —le dijo Kira una vez que estaban dentro
de la casa—. Mi padre me ha dejado el plano que utilizó Ainara
para reformar la casa, en el que se ven todas las dependencias.
Esto nos facilitará mucho las cosas.
Kira sacó el plano de su mochila y se lo mostró.
—Mira, estamos aquí, ¿lo ves? En el patio de mármol blanco. Es-
tas de aquí son las escaleras que conducen a las habitaciones.
Jairo comprobó que el plano tenía considerables dimensiones y
que, por lo nuevo que era, parecía una copia del original. La niña