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se podía visitar el famoso árbol de Navidad y las tarjetas navide-
ñas que todos los niños de la comarca enviaban para su concurso
anual. Ella había dibujado un christmas que, para su madre, era
el ganador, y estaba deseando visitar la Escuela de Arte para ver
cómo era el árbol de ese año; siempre sorprendían a todos, y el
acto de inauguración era todo un acontecimiento social en el pue-
blo.
Al no encontrar la información que buscaba, continuó su camino.
Estaba anocheciendo, y empezó a encenderse la iluminación na-
videña que decoraba para la ocasión el centro del pueblo. Fue ver
las luces de colores, y la zagala sintió un leve pellizco que le alegró
el corazón.
Llegó a la Plaza Mayor, que estaba presidida por un gran kiosco de
música coronado por una gran cúpula azul. Justo detrás se encon-
traba el Ayuntamiento, lugar donde había quedado con su amigo
Jairo, que apareció a lo lejos. Era un niño alto y escuálido, lo que le
infería una fragilidad que no se correspondía con la fortaleza físi-
ca y mental que tenía, ni la tozudez con la que afrontaba cualquier
dilema, juego o desafío que se le pusiera por delante. Tenía nueve
años, y parecía en la plaza agitando las manos de forma compul-
siva para llamar la atención de su amiga.
Un día en el colegio la maestra de Lengua les hizo buscar el sig-
nificado de sus nombres, y descubrieron que Jairo significaba “el
que todo ilumina” o “brillante”. “Es un apelativo que se asocia
con la luz, la iluminación y el éxito, lo que significa que aquellos
que lo llevan tienen la capacidad de brillar entre la multitud”, le
había dicho a su maestra. Y en cierta manera, Jairo era un niño
enigmático, carácter que se lo da sus ojos achinados, heredados
de su madre, cuya familia dejó Japón por la crisis demográfica de
finales del siglo XIX. Se mostraba sencillo, inteligente y creati-
vo, por lo que siempre estaba dispuesto a asumir nuevos retos.
No toleraba el engaño y, a veces, se mostraba un poco autoritario.
Además, tenía ascendencia peruana. Sus padres habían emigrado
hace diez años de su ciudad natal, Arequipa, al sur del Perú, en el
valle que forma el río Chili y divide en dos partes a la llamada ciu-
dad jurídica del Perú. Acabaron fortuitamente en Huéscar, donde
decidieron establecerse y luchar por un futuro para Jairo. El pa-
dre de Jairo trabajaba en la construcción, en una pequeña empre-
sa local. El padre de Kira, su amiga, era el jefe del padre de Jairo,