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un promotor y aparejador que le dio trabajo cuando llegaron sus
        padres al pueblo.
        Kira siempre había estado presente en la vida de Jairo, ya que se
        conocían desde que empezaron en educación infantil. Coincidie-
        ron en la clase de tres años. Jairo es unos meses mayor que Kira,
        que el seis de enero cumplirá los nueve años. Jairo siempre le re-
        cuerda la anécdota de cuando buscaron el significado de sus nom-
        bres para el trabajo de clase. El significado de Kira es “Sol”, luz ra-
        diante de origen persa, aunque se relaciona con otras cosas como
        la alegría, traduciéndose como brillante o reluciente. De alguna
        forma, compartían luz, y muchas inquietudes. El destino los había
        unido de una forma providencial. Como si un gran enigma nece-
        sitara del ingenio y la inocencia de dos almas puras y brillantes.
        —Hola, por fin has llegado —le dijo Jairo cuando llegó hasta Kira.
        —Hola —le dijo la niña aún jadeante por la caminata.
        Kira desprende muy buena energía; nunca está quieta, siempre
        activa, y derrocha coraje, una voluntad de hierro y posee un inna-
        to instinto de superación, por lo que siempre está buscando nue-
        vos líos. Proyectos los llama ella. Eso sí, la paciencia no es un don
        que le acompañe.
        —Jairo, tengo una noticia que darte. Me ha llamado mi padre y me
        ha dicho que podíamos visitar… —Kira titubeó un instante antes
        de volver a abrir la boca—. No te lo digo. Será mejor que lo veas.
        —Kira, ¡No! ¿Más secretos? ¡No quiero líos! —dijo el niño con
        poco entusiasmo.
        —¡Líos, líos! Llámalo mejor el nuevo proyecto de Jairo y Kira, una
        nueva aventura —le replicó la niña con todo el fervor que le falta-
        ba a su amigo—. Vamos, es aquí mismo.
        La niña le hizo gestos con la mano para que la siguiera. Se en-
        caminaron corriendo en dirección a la calle Comercio, mientras
        Bruno los seguía jadeando. Estando ya a la altura de la farmacia de
        Iriarte Bustos, Jairo se frenó en seco y le preguntó:
        — ¿Acaso vamos a la iglesia?
        —No, es aquí —Kira le señaló una casa que parecía en obras —.
        Mira, Bruno, por ahí viene papá —le dijo al perro.
        —Hola Jairo. Kira, quédate un rato más con Bruno. Necesito hacer
        unas gestiones.
        El padre de Kira era un señor de complexión alta y delgada. Besó la
        frente de la niña y siguió su camino hacia la Plaza Mayor, mien-
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