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                                       CUATRO






        Los niños empezaron a mirar por todo el salón y
        rastrearon la habitación contigua, que parecía
        un pequeño dormitorio. Cada rincón del salón
        era minuciosamente escudriñado, tocado
        y manipulado por si había algún resorte,
        como en la baldosa del zaguán. Al cabo de
        un rato los ánimos empezaron a decaer
        debido a su infructuosa búsqueda.
        —Jairo,  ¿y  si  subimos  a  Bruno?  Igual
        nos ayuda con su gran trufa —dijo
        Kira mientras le guiñaba un ojo a su
        amigo para que el ánimo no decaye-
        ra.
        Jairo volvió de nuevo al árbol. Kira lo
        siguió.
        —Algo se nos escapa. Si hay algo, lo
        tenemos que tener delante de nuestros
        ojos y no lo vemos.
        —¡Es eso! —gritó la niña —. ¡Mira, está
        ahí! —dijo mientras señalaba unas guirnal-
        das de tela rojas y verdes puestas para deco-
        rar el árbol—. Jairo, esta tiene un texto escrito a
        mano.
        Jairo cogió una de las bandas con sumo cuidado. Es-
        taba escrita con la misma letra que encontraron en la nota
        de la esfinge. Kira se alzó y cogió con mucho mimo la siguiente.
        Jairo se hizo con la última.
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