Page 87 - UNIVERSIDAD AUTONOMA DE ICA
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Docente: Nathia Erika Castro Vilcapuma


                         La  universidad  de  Toronto  es  magnífica,  es  en  realidad  más  de  lo  que

                  imaginaba, he conocido muchísima gente, pero las únicas personas con las que

                  me  siento  realmente  bien  es  con  Tanna  y  Brandon,  una  pareja  de  Pickering,

                  Ontario  que  toman  clases  conmigo.  Ellos  me  han  ofrecido  un  lugar  donde

                  quedarme, a cuarenta y cinco minutos de aquí, quedaba demasiado lejos, pero si

                  yo pagaba la cuarta parte de los gastos de la casa, lo demás era "completamente

                  gratis”. Así que tuve que aceptar, encontré trabajo en una pequeña tienda de

                  abarrotes con la señora Graham, una viejecita de siempre buen humor.

                         — ¡ Susan! —Me grita desde el mostrador, es sábado por la mañana, es

                  cuando la tienda se "llena" así que de todos los días, es el más cansado.

                         — ¿Si, señora Graham? — Le digo desde donde estoy acomodando unas

                  latas de sopa.

                         — ¿Podrías traerme unas cuerdas para guitarra? —Me detengo de golpe,

                  ¿cuerdas para...? ¿Tenemos eso? Me levanto dejando las cajas medio vacías y me

                  asomo para poder ver a la señora mirando hacía mi dirección.

                         — ¿En dónde están? —Le pregunto avergonzada, pues aún está hablando

                  con el cliente, que lo tapa unas de esas cosas que dan vueltas que están llenas de

                  postales y cartas de cumpleaños.

                         —  En  la  bodega  —Me  dice  tranquilamente.  Voy  y  las  busco,  cuando

                  regreso,  la  señora  aún  sigue  platicando,  es  tan  raro  que  haya  sucedido  eso,

                  principalmente porque pierde muy rápido el hilo de la conversación debido a su

                  edad, pero ella parece feliz y contenta. Camino hacia ella, le dejo el paquete de

                  cuerdas sobre el mostrador de madera.

                         — Aquí tiene...

                         — Gracias — Todo  mi cuerpo se estremece, esa voz es tan parecida a

                  alguien que me eriza la piel. Sus ojos son del mismo color, incluso su sonrisa es

                  igual. Pero algo no cuadra. No es él. Mi corazón sigue golpeando fuertemente

                  contra mi pecho.


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