Page 41 - El toque de Midas
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comenzar el entrenamiento avanzado en Camp Pendleton, gigantesca base del Cuerpo de Infantería de
  Marina que se encuentra a 80 kilómetros al Norte de San Diego.
        La  mayoría  de  mis  compañeros  de  la  escuela  en  Pensacola  fue  asignada  a  escuadrones  de

  transición con helicópteros de transporte. Los pilotos volaban muy distinto a los pilotos de artilleros
  como yo. Sus helicópteros eran mucho más grandes, como el Sea Knight CH-46 de doble rotor y el
  CH-53 Sea Stallion al que con frecuencia llamaban el “Gigante verde y feliz”. Sólo a algunos de
  nosotros nos asignaron a la escuela de artilleros para volar los Huey Guns y los Huey Cobras.

        Los primeros pilotos que conocí en Camp Pendleton acababan de regresar de Vietnam. Eran
  muy distintos a mi instructor de vuelo en Florida. Aquí, los instructores de artilleros eran más serios,
  hoscos e intolerantes. A pesar de que técnicamente yo era un aviador calificado de la Infantería de
  Marina, los veteranos de combate a los que ahora les correspondía enseñarme, me trataban como

  novato. De abril a junio me pusieron a prueba y me obligaron a arriesgarme con maniobras que yo
  habría  jurado  que  eran  imposibles  de  ejecutar.  Si  un  piloto  nuevo  pasaba  la  prueba,  le  ponían
  ametralladoras y cañones, y comenzaba una nueva fase de entrenamiento avanzado. Pero si no lo
  lograba, lo mandaban a “volar en un escritorio”; es decir, le asignaban trabajo administrativo en una

  oficina.
        La  película Top Gun  con  Tom  Cruise  fue  filmada  a  unas  cuadras  de  Camp  Pendleton  en  la
  Estación aérea naval de Miramar, también al Norte de San Diego y, aunque por momentos es una
  película demasiado comercial al estilo de Hollywood, logra registrar la intensidad del entrenamiento

  de combate en el aire, y el hecho de que ahí se vive un ambiente en el que, ser buen piloto, no basta
  para sobrevivir.
        En Camp Pendleton nos entrenaron para el combate aire-tierra, lo cual significa que debíamos
  volar a alturas extremadamente bajas. En lugar de mantener la aeronave en el cielo, nos enseñaron a

  luchar contra hombres en tierra. Una de las cosas que aprendí entonces fue que, según los cálculos, el
  promedio  de  supervivencia  de  los  pilotos  de  artilleros  en  Vietnam  era  de  31  días,  y  disminuía
  conforme  el  enemigo  adquiría  más  experiencia  y  se  hacía  de  equipo  más  moderno.  En  muy  poco
  tiempo, el entrenamiento se tornó muchísimo más serio.



  Una llamada de atención

  El  día  que  equiparon  mi  aeronave  con  ametralladoras  y  misiles,  recibí  una  fuerte  llamada  de
  atención. Hasta ese momento siempre había sido un estudiante promedio. Del jardín de niños hasta la
  preparatoria, la escuela militar y la academia de vuelo, sufrí de mediocridad crónica.
        Ahora  sé  que  era  mediocre  porque  estaba  aburrido  y  tendía  a  la  holgazanería.  Asimismo,

  también estoy enterado de que, al calificar, el sistema escolar genera una curva estadística en forma
  de campana, en la que se asume que en todos los salones hay niños inteligentes, niños promedio y
  algunos tontos. De un lado de la curva hay unos cuantos niños listos, del otro, algunos cuantos tontos.
  Sin embargo, la mayoría de los niños está en medio, es decir, son chicos mediocres.

        Satisfecho de pertenecer a este último grupo, rara vez estudiaba. Podría decirse que, más bien,
  descubrí que para permanecer en esa zona sólo tenía que hacer dos cosas:
                1.  Detectar quién era más estúpido que yo porque, siempre que hubiera estudiantes bajo
                    mi nivel, me mantendría a salvo.
                2.  Averiguar lo que al maestro le parecía relevante para memorizarlo y pasar el examen.

  Este método de estudio y observación me ayudó a mantener mi estatus de niño promedio. Era un
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