Page 42 - El toque de Midas
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estudiante mediocre con mucha constancia. Y aunque debo aclarar que no estoy orgulloso de ello, ésa
  fue la única manera que encontré para acabar la escuela sin tener que estudiar. En junio de 1971, sin
  embargo,  cuando  me  dirigía  a  mi  aeronave  llena  de  misiles  y  ametralladoras,  mis  días  como

  estudiante  mediocre  llegaron  a  un  abrupto  fin  porque  sabía  que,  si  continuaba  siendo  promedio,
  terminaría matándome a mí y a toda la tripulación.
        En  enero  de  1972,  apenas  unos  seis  meses  después,  ya  estaba  estacionado  a  bordo  de  un
  portaviones en la costa de Vietnam. Unas semanas más tarde, cuando me encontraba en una misión al

  Norte de Da Nang, desde una colina volaron hacia mi helicóptero las primeras andanadas de fuego
  enemigo.
        Era  la  tercera  vuelta  que  el  jefe  de  mi  tripulación  hacía  en  Vietnam.  De  pronto,  dio  unos
  golpecitos en mi casco, me jaló la máscara que traía en la cara, y volteó mi cabeza para hablarme

  frente a frente: “¿Sabes qué es lo malo de este trabajo?”
        Negué con la cabeza, y le dije: “No”.
        Con  un  semblante  serio,  me  gritó:  “Que  hoy,  sólo  uno  volverá  a  casa.  Será  el  vietnamita  o
  nosotros, pero no los dos”.



  Empresarios: tomen nota

  Cuando  el  empresario  da  un  salto  de  fe  e  inicia  un  negocio,  se  parece  mucho  al  piloto  de  un
  helicóptero  al  que  pone  ametralladoras  y  misiles  y  luego  vuela  hacia  el  combate.  En  ninguno  de
  ambos casos basta con ser bueno. Por eso nueve de cada diez negocios fracasan en los primeros
  cinco años. Si yo hubiera continuado con mi actitud de estudiante mediocre, no estaría escribiendo

  este libro con Donald Trump ahora. En primer lugar, porque no estaría vivo y, en segundo, porque
  Donald no soporta a los “mediocres”.
        No estoy tratando de decir que para llegar a ser empresario primero debas convertirte en oficial
  de la marina y alistarte para la guerra. Mencioné la transformación de mi aeronave y de mi forma de

  ser, sólo porque es una metáfora de la vida real que ilustra la transición por la que atraviesan los
  empleados que desean convertirse en empresarios. Cuando una persona abandona la seguridad de su
  empleo, de los cheques de nómina quincenales, las prestaciones y los planes para el retiro, es como
  si se estuviera poniendo el cinturón de un helicóptero distinto y se preparara para un mundo nuevo,

  un mundo en el que muy pocos sobreviven y, muchos menos, prosperan.


  Trabajemos en el enfoque

  Otro elemento que me hizo fallar en la escuela, además de mi pereza, fue mi falta de enfoque. Si
  buscas en el diccionario la definición de Síndrome de atención dispersa, verás que está ilustrada con
  una fotografía mía. A veces tengo la capacidad de atención de una cucaracha porque, sencillamente,
  no me puedo enfocar en materias que no me interesan. La escuela era aburrida y yo detestaba estar

  ahí. Cuando llegaba la época de surfear, tomaba mi tabla y me iba a la playa porque, al menos, las
  olas sí lograban mantenerme concentrado.
        Dejar de ser un piloto de transporte para convertirme en piloto de un helicóptero artillado, fue

  muy  benéfico  porque  me  vi  forzado  a  estudiar  de  verdad.  Era  imperativo  aprender.  Tuve  que
  enfocarme para resguardar mi vida y proteger la de mi tripulación y sus familias. El combate me
  forzó a concentrarme de la misma manera en que lo hacían las enormes olas cuando surfeaba. Porque
  cuando estás en la guerra, no hay segundo lugar. De cierta forma, la guerra sacó lo mejor de mí, y te
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