Page 10 - LIBRETOS
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NARRADORA: Las buenas gentes del pueblo, enteradas de su desgracia,
               decidieron ayudarla. El sacerdote ya anciano y cansado, le ofreció la casa
               parroquial para que allí viviera en compañía de su hijo.



               CURA: Hija mía te daré hogar y comida para que puedas estar con tu hijo
               y tener una mejor vida.


               LA JOVEN: Gracias padre te lo agradezco mucho



               CURA: “Hay que hacerlo cristiano primero”, yo seré el padrino de este
               niño hermoso y fuerte , tu nombre sera Juan


               NARRADORA: A partir de entonces, el niño comenzó a llevar una vida

               normal como todos los niños del pueblo, con una sola excepción: su fuerza
               colosal. Fue cuando entró en la escuela que el cura pasó a sufrir con las
               travesuras del niño a quien, por su fuerza desmesurada, habían comenzado
               a llamar Juan Oso. Esta fue la razón para que en todas las horas del día
               recibiera quejas de diferente índole. De nada valieron las recomendaciones
               ni los azotes del anciano cura.



               CURA: Mira, hijo; ayer ha muerto un hombre muy malo, al que confesé y
               ayudé a bien morir. Como era un canalla, nadie irá a su velorio; por eso te
               pido que vayas tú cristianamente y lo velez por esta noche para enterrarlo
               mañana.



               JUAN: Bien, padrino. Así lo haré .


               NARRADORA: Llegado a la casa mortuoria comprobó que efectivamente,
               sobre una mesa, cubierto con una sábana, estaba tirado el cadáver de un
               hombre.



               NARRADORA: Juan oso se sentó al lado del difunto y cuidando de que
               las ceras ardieran bien, velaba en silencio cumpliendo con el encargo de su
               padrino. Ya había transcurrido más o menos una hora de su llegada cuando
               el “muerto” se sentó rígido, haciendo caer las ceras y la sábana. Juan Oso,
               comprensiva y sin inmutarse, tomó al hombre con una mano en el pecho y
               la otra en la espalda y con un movimiento enérgico lo volvió a acostar;

               puso los cirios en su lugar y siguió velando. El “muerto” repuesto del
               primer sacudón tomó fuerzas y volvió a sentarse. Nuevamente Juan Oso lo
               hizo echarse con energía. Después de casi dos horas y casi al amanecer, el
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