Page 14 - LIBRETOS
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unieron con un sonido horrendo y desagradable. -NARRADORA:No había
transcurrido mucho tiempo, cuando nuevamente la voz:
—VOZ MISTERIOSA: ¿Caeré o no caeré?
—JUAN: ¡Ya, carajo!, tanto preguntas. ¡Cae las veces que quieras!
–NARRADORA: Y al instante una cabeza de rostro terrorífico cayó para
unirse con el cuerpo yaciente. Completado su cuerpo se puso de pie el
espectro gigantesco, y dirigiéndose a Juan Oso le espetó con voz gangosa:
— JUAN: ¡¿Quién eres tú que te atreves a invadir mis dominios y a
enfrentarme sin ningún temor?!… ¡¿Quién eres?!
Eso a ti no te importa – respondió Juan Oso.
-JUAN: Bien, veo que eres muy valiente porque eres el único que ha osado
enfrentarme. En consecuencia, si no quieres morir y ser devorado, tendrás
que defenderte. ¡Aquí hay dos espadas!.
Narradora: El condenado, arrastrando su hediondez de muerte, trajo las
dos armas y arrojando uno a los pies de Juan Oso le reto:
Condenado: ¡Toma la espada y defiéndete si no quieres morir!…¡Voy
acabar contigo por tu atrevimiento a venir a ofenderme! Es la media noche
y lucharemos –si me resistes– hasta que cante el último gallo; en ese
momento veremos quien ha vencido.
Narradora: Sin hacer ningún comentario, -lacónico como era- Juan Oso se
enfrentó al condenado con quien comenzó a luchar a brazo partido.
La pelea se hizo tremenda y escalofriante. Misteriosamente, después de
cada tajo que seccionaba el cuerpo del condenado, las partes se volvían a
juntar. Así toda la noche. El combate era sin cuartel. Ni uno ni otro pedían
tregua. Cuando ya, Juan Oso comenzaba a sentir cansancio y aparecían las
primeras claridades del alba, cantó el primer gallo. Continuaron batallando
más encarnizadamente hasta que cantó el segundo gallo y, en ese ambiente
desesperante y agónico cantó el último gallo. Ya había amanecido. En ese
momento el condenado arrojó su arma y poniéndose de rodillas
implorante, le dijo a Juan Oso.