Page 12 - LIBRETOS
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NARRADORA: En cumplimento de esta disposición, un día muy de
mañana, después de recibir la bendición de su padrino y el cariñoso beso
de su madre, salió con rumbo desconocido sin más equipaje que su
fiambre y una manta para su abrigo.
A poco de andar y ya con las sombras cubriendo la tarde, llegó a una villa
hospitalaria que lo acogió con gran cariño. Había llegado justo cuando los
habitantes estaban aterrorizados por la presencia de un sanguinario puma
que, no sólo atacaba a los animales y se los comía, sino que también
arremetía y engullía humanos. Las agentes llenas de pánico se cuidaban de
salir de sus predios. Al ver que el espanto había hecho presa de hombres,
mujeres y niños del pueblo,
JUAN: Solo pido que me den comida para mis fuerzas y una hacha para
matar a ese animal.
NARRADORA: Al verlo salir, las gentes temieron por su vida, pero con
un resto de esperanza lo alentaron. Las horas pasaban, las expectativas
crecían pero nada se sabía. Por fin, después de tres días de ausencia,
cuando ya la confianza se había desvanecido, vieron llegar a Juan.
JUAN: Aquí está el cuerpo de este gigantesco puma, ya no les hará más
daño y también traigo leña para que puedan cocinar y abrigarse.
NARRADORA: El pueblo agradecido en medio de vítores le brindó lo
mejor que tuvo en víveres y regalos, y en un ambiente de fiesta campesina
lo retuvo por dos días, hasta que decidió seguir su marcha.
En su largo trayecto, llegó a otro pueblo que acababa de ser asolado por
unos bandoleros despiadados que habían robado las pertenencias,
alimentos y animales de los pobladores, dejándoles en el desamparo y la
miseria; es más, habían jurado volver en tres días para que el cura les
hiciera entrega de todo lo que la iglesia atesoraba. El sacerdote y todos los
feligreses estaban aterrorizados. Enterado de esta amenaza, Juan Oso,
decidió esperar a los malhechores. Llegado el día –efectivamente- ocho
desalmados se desmontaron en el centro de la plaza y amenazantes se
dirigieron a la iglesia. No lo esperó más, Juan Oso encaminó sus pasos a la
santa casa y cuando estaban a punto de maltratar al cura, cogiendo uno a
uno por el cogote les endilgó tal paliza que, a la media de hora, cuando los