Page 146 - Donde termina el arco iris
P. 146

CECELIA AHERN                                                             Donde termina el Arco Iris
               RUBY: Bueno, ése es el problema del paraíso. Es lo que más atrae a las serpientes.



                     Querida Stephanie:
                     ¡Enhorabuena por el embarazo! Estoy contentísima por ti y Pierre. Seguro que
               este segundo bebé os dará tantas alegrías como Jean-Louis. Supongo que mamá te ha
               contado lo mío. Está encantada de que ya no me vaya a América. Alex no. Me
               maldijo, me insultó y me soltó todos los tacos habidos y por haber. Piensa que me
               estoy rindiendo otra vez, que estoy dejándome pisotear, así que está de morros y no
               se digna hablarme. Puede que otras veces me haya dejado pisotear, pero esta vez no.
               Katie es lo primero en mi vida y mi razón de ser es asegurarme de que tenga ocasión
               de ser feliz.
                     Ha pasado por muchas cosas últimamente, con Greg, volviendo a vivir en casa
               de los papás y luego preparándose para mudarse a América. Ha soportado un
               montón de tensión injustificada. Se supone que tendría que estar preocupada por los
               granos, los sujetadores y los chicos, no por el adulterio, los cambios de continente y la
               mágica reaparición de su padre. Nada de esto es culpa suya y puesto que fui yo
               quien la trajo a este mundo, lo menos que puedo hacer es continuar el buen trabajo
               que he estado haciendo hasta ahora. No es drogadicta, no es maleducada, le van bien
               los  estudios,  tiene  todos los   miembros   en el  sitio  que  corresponde  y  se  las   ha
               arreglado para no cometer ninguna estupidez con su vida. De modo que, habida
               cuenta de las espantosas historias que a una le cuentan, pienso que lo estoy haciendo
               muy bien.
                     Algo me dice que Alex aparecerá por la puerta en cualquier momento. Seguro
               que ha subido al primer avión que ha podido para venir a partirle la cara a Brian.
               Supongo que para esto están los buenos amigos. No puedo evitar ponerme a llorar
               cada vez que pienso en cómo habría sido mi vida en Boston. No sé qué tengo que
               hacer ahora. No tengo trabajo ni casa y vuelvo a vivir con nuestros padres. En esta
               casa todo me devuelve a una época en que no fui nada feliz. Tuve una infancia
               maravillosa, pero los años con Katie fueron tan difíciles que son el recuerdo más
               fuerte   que   guardo   de   esta   casa:   los   olores,   los   ruidos,   el   papel   pintado,   los
               dormitorios,   todo   me   recuerda   las  noches   en   vela,   los   madrugones   y   las
               preocupaciones de entonces.
                     En fin, perdona que últimamente no haya estado en contacto contigo, pero es
               que intentaba salir de este embrollo. Procuro otorgarle sentido a la frase «todo ocurre
               por alguna razón» y me parece que por fin he conseguido averiguar cuál es esa
               razón: fastidiarme.
                     Cuando ingresé en el colegio pensaba que los alumnos de sexto eran muy
               mayores y lo sabían todo pese a que no tenían más de doce años. Cuando cumplí los
               doce calculé que había que esperar a los dieciocho para saberlo todo. Cuando cumplí
               dieciocho  pensé  que al  terminar  la   universidad  ya   sería  una  mujer  madura  de
               verdad. A los veinticinco aún no había ido a la universidad, seguía sin enterarme de
               nada y tenía una hija de siete años. Estaba convencida de que al llegar a los treinta
               tendría al menos algún indicio de hacia dónde iba mi vida.
                     Pues nada, eso no ha sucedido.
                     Así   que   estoy   empezando   a   pensar   que   cuando   tenga   cincuenta,   sesenta,
               ochenta o noventa años seguirá faltándome mucho para ser una persona sabia y que
               sabe dónde está. A lo mejor las personas que están en el lecho de muerte, que
               después de una vida muy larga han visto de todo, han recorrido el mundo, han
               tenido hijos, han pasado por experiencias traumáticas, han vencido a sus demonios y
               aprendido las lecciones más duras de la vida estarán pensando: «Dios, seguro que en
               el cielo la gente lo sabe todo».





                                                                                                    - 146 -
   141   142   143   144   145   146   147   148   149   150   151