Page 36 - Luna de Plutón
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—¿Que qué? ¿Lo maté? —preguntó preocupada.

       —Sep… No tiene signos vitales, no los oigo. Está más muerto que una piña.
       La  niña,  horrorizada,  se  llevó  el  dedo  índice  a  la  boca,  que  se  cerró  en  una

  pequeña O, mientras veía el cadáver.

       —¡No puedo creer que sea tan frágil! ¡Hay zancudos en mi mundo que son más

  difíciles de matar!
       El león se encogió de hombros.

       Hubo otro breve momento de silencio.

       —Creo que será mejor que salgamos de aquí —murmuró, echando una mirada

  rápida a la puerta, mientras tomaba cautelosamente el dibujo en el que había marcado
  la huella de su pata, y se lo guardaba en la melena. Ambos salieron cautelosamente del

  vagón, silbando, mientras que a sus espaldas la puerta mecánica se cerraba, ocultando

  la visión del artista destortillado en el suelo.












       Después  de  veinte  minutos  de  travesía  pasando  uno  y  otro  vagón,  un  ligero
  traqueteo acompañó al denso sonido del aire acondicionado del tren: gotas de lluvia

  golpeando las ventanas. Entraron a un área de tiendas cuyas vitrinas mostraban todo

  tipo  de  cosas  interesantes;  en  un  negocio  de  electrónica,  por  ejemplo,  había  un

  grabador  de  sueños.  En  una  estantería  de  dulces,  se  hallaba  una  colección  de
  chocolates con forma de planetas (Júpiter medía casi veinte centímetros, era una bola

  de chocolate glaseada con colores naranjas y rojos de distintos sabores). Una tienda

  mística vendía relojes de arena que podían hacer dormir y producían toda clase de

  sueños agradables.
       Knaach  se  impresionó  de  ver  que  una  tienda  de  mascotas  tuviera  un  esqueleto

  vivo de serpiente, una de las especies más costosas del Sistema Solar. La arena de la

  pecera se deslizaba alrededor de sus delgadas costillas con elegancia.
       Claudia, sin embargo, se mostró más maravillada por una pecera con medusas, en

  cuyo  reflejo  se  decía  que  uno  podía  ver  cómo  luciría  uno  mismo  cuando  fuera

  anciano.

       —¡Caray! Eso tengo que verlo…
       El león chistó.

       —¿No te interesa ver cómo vas a ser cuando seas anciano? —replicó la niña, más
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